Mi abuelo inventó una moto con motor Villiers, chasis de acero y amortiguación de primera; Sadrián la llamó en recuerdo de una finca familiar, la ... pintó de amarillo y negro para animar los ánimos de posguerra y, al reclamo publicitario de '¡No vacile! 30 segundos para decidirse, 30 meses para pagarla', consiguió vender miles, también fuera. Suyo fue el diseño del trigiro, un vehículo de tres ruedas y dirección reversible que giraba milagrosamente, de un artilugio precursor de las tiras nasales para respirar mejor y roncar menos, de una cómoda y práctica mecedora que media ciudad se llevaba en verano al cine, y del 'Selfis', primera tabla a vela en España y antecesora del windsurf por mucho que el invento se lo quieran adjudicar a un sueco afincado en Mallorca de apellido Willes. Mi abuelo fue un genio y si hubiera nacido en otro país hasta monumento tendría, pero no lo tiene ni se le espera.
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A mi abuelo lo recuerdo persiguiéndome día y noche con su cámara mientras yo me escondía porque odiaba las fotos que ahora agradezco y disfruto recordando aquellos veranos felices a bordo del barco del que era patrón y en el que embarcábamos para pasar días enteros entre baños, melón, jugosas tortillas y filetes; lo recuerdo también concentrado entre líquidos y cubetas de revelado en su cuarto oscuro, sentado en su vieja mesa de madera pintada de blanco tras sus gafas de concha negra bajo una ventana frente al Mar Menor y desde la que era capaz de navegar con sus cartas náuticas y sin errar el rumbo hasta el Mar de la China si se le ponía entre ceja y ceja. Mi abuelo fue un gran hombre al que le encantaba la música clásica y la zarzuela, las matemáticas, las revistas de 'Mecánica Popular' con los últimos avances en tecnología y ciencia, la radio y la televisión de la que tuvo una de las primeras a color en Murcia, y los huevos al nido con torrijas a mi gusto demasiado grasientas. Murió sin conocer internet y qué pesar que tampoco llegó a tiempo a los teléfonos inteligentes y las plataformas de 'streaming', con lo que le gustaba el cine, tanto que cuando la oferta en las salas era muy reducida no le importaba ver la misma película varias veces.
De mi abuelo guardo la mesa de madera y aluminio donde dibujaba y en la que yo escribo, sus apuntes de acuarela, algunas viejas cámaras de cine, cientos de álbumes de fotos y el precioso y preciso reloj con esfera de segundero y maquinaria suiza al que cada mañana doy cuerda y luzco con el orgullo y el honor de sentirme su nieta.
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