Pateando el asfalto de la calle Mayor de La Unión, aquellas noches de verano pegábamos la hebra con todo, por todo y de todo. Sin ... mirar el reloj. Solo cuando las estrellas empezaban a apagarse caíamos en la cuenta de que nuestras madres podrían estar preocupadas. El tema al que nos acercamos una de aquellas noches era sobre la prudencia y la magnanimidad en las relaciones humanas, a propósito del desapego con que se conducía un conocido, alumno de brillantes calificaciones. Mi amigo-hermano Antonio Larrotcha allegó un criterio: para que una persona sea superior a otra [dijo] primero tiene que serlo realmente y, segundo, no demostrarlo. Es decir, no pavonearse, no echarse flores, no exhibir supremacía ante el inferior. Un razonamiento sensato (mi amigo-hermano es listo y ponderado) que he recordado a propósito del libro de memorias puesto en circulación por don Juan Carlos I, nuestro rey emérito.
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De los fragmentos que he podido leer del libro puesto a la venta ayer, está claro que reivindica su legado democrático, pero, dado su historial, suena exagerado afirmar que la Corona descanse «plenamente» en él. Algunas críticas consideran que la obra presenta una visión autoindulgente, porque justifica muchos de sus errores (escándalos, finanzas, relaciones extramatrimoniales, exilio) como si las circunstancias externas le hubieran forzado, minimizando así su responsabilidad personal.
El lanzamiento del libro –junto con un vídeo promocional en el que Juan Carlos pide apoyo para su hijo, el rey– ha sido percibido como un gesto de autopromoción bastante desatinado. La reacción de la institución monárquica fue inmediata: la Casa del Rey se desvinculó del vídeo considerándolo «innecesario e inoportuno». Con el lanzamiento de su libro, el emérito, cuyos deslices graves 'justifica' en la falta de asesoramiento, parece seguir falto de buenos consejeros.
Aún recuerdo con nostalgia cuando mis amigos republicanos decían que no eran monárquicos, pero sí juancarlistas. Los últimos años de su reinado, una pena. Es incuestionable su decisiva aportación a la transición democrática y es muy lamentable que su legado se haya obscurecido por sus errores y andanzas personales, pero debiera haber esperado a que lo juzgue la historia y no su propia versión.
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