Entremezclados con el público y sus paraguas, desfilaban en grupitos de a dos o tres, o en solitario, capirote al hombro y cara de circunstancias, ... cuando no de evidente contrariedad. Se ha suspendido la procesión. Todo un año esperando el día, todo un año anhelando que el cielo nos traiga agua y viene a llover en Semana Santa. Y eso, a pesar de que estas festividades no tienen fecha fija desde hace 15 siglos.
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Con ese lamento y llamando a la Aemet llegamos a la jornada de hoy, Viernes Santo, el día principal, o el más representativo, de esta Semana Mayor en la que se conmemoran las distintas etapas de la Pasión de Cristo. Si hace bueno, el personal llenará las calles y vaciará los barriles de cerveza; terrazas, bares y restaurantes registrarán abundante afluencia de clientes y, según prevé el sector, los hoteles se acercarán al lleno. Es día de fiesta, incluso para los periodistas, en el primero de sus tres únicos días del año que no tienen que componer el periódico.
Y el caso es que el motivo de la libranza y las minivacaciones no es de alegría sino de luto –la muerte de Jesucristo–, pero esas contradicciones hace muchos años que están asumidas. Hoy, la Semana Santa no se recrea en la religiosidad, hoy se mide por la ocupación de hoteles y casas de segunda residencia, por el número de vehículos que circulan por las carreteras y por los beneficios que puedan obtenerse del turismo. Lógico. La economía es muy importante y el flujo de personas en migración festiva es fuente de ingresos dinerarios. Hay otro aspecto que agradecer: los escaños del Congreso de los Diputados y del Senado están vacíos. También están desocupados los parlamentos regionales. Sus señorías ya no son el foco de atención informativa.
Un alivio.
Pero lo que no se alivia son las listas de espera en la sanidad pública. Decenas de miles de pacientes a la expectativa de entrar en quirófano o de que les vea un especialista, o de que les hagan una prueba diagnóstica. Es su particular vía crucis. Ni fiesta, ni procesión ni capirote. Les han dado plantón. Superan con creces los tiempos máximos de espera fijados por el propio Gobierno que, como en tantos otros aspectos, está acostumbrado a hacer lo que le venga en gana.
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Lo que se dice, hacer mangas y capirotes.
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