Ya lo dijo Heráclito hace 2.500 años: lo único constante es el cambio, pero lo que no predijo el sabio griego es a qué ... velocidad se suceden los giros. A los de mi generación (niños de la posguerra) nos ha tocado vivir varios cambios sociales a los que, como es lógico, nos hemos ido adaptando necesariamente, algunos conscientemente y los más por un primario sentido de la supervivencia.
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Desde aquella España pobre y carente de derechos nos hemos ido acomodando a sucesivas mudanzas sociales, consecuencia de las transformaciones auspiciadas por hitos históricos tan importantes como la revolución industrial, la lucha femenina por la igualdad de género, los movimientos por los derechos civiles o la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Si nos hemos de guiar por las noticias, el ánimo se va al subsuelo. Qué tipo de personas son las que nos dirigen, te preguntas, qué anida en las mentes de los poderosos, me gustaría introducirme en ellas, profundizar en sus recovecos hasta comprender qué les motiva para permitir o provocar tanto horror. Pareciera que llevan innato el gen de la maldad. No sabría cómo educar a niños y adolescentes, para qué tipo de convivencia prepararlos. Si la sociedad real tiene poco que ver con los conceptos y valores que reciben en la escuela, no debería extrañarnos el grito de «absoluta emergencia» recientemente lanzado por los pediatras ante el aumento de trastornos mentales en niños y adolescentes: casi la mitad de este grupo de edad (el 47 por ciento) padece disturbios cerebrales.
Históricamente los cambios sociales han buscado corregir desigualdades, progresar en derechos civiles, en el cuidado de la naturaleza, en educación para todos, en justicia y equidad, pero la pregunta es hasta qué grado de hipocresía podemos ser capaces de adaptarnos cuando, por ejemplo, se acepta universalmente el valor de la solidaridad, pero se rechaza a los migrantes; se propugna el derecho a la información, pero, como tontos, sucumbimos ante la desinformación creciente.
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El cambio social que vivimos en la actualidad es muy acelerado. Los que fuimos testigos activos de la Transición española, los que con gusto nos reinventamos para adecuarnos a cada cambio, los que nos apuntamos al progreso humano, a la globalización y hasta luchamos ahora contra la brecha digital, asistimos hoy al derrumbamiento de un mundo que desaparece.
Ya nada es igual.
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