Si no fuera tan triste e indignante, en la política contemporánea hay algo casi cómico: el espectáculo del argumento de ida y vuelta o bumerán. ... Ese fenómeno repetido en el que un partido exige dimisiones, responsabilidades y ejemplaridad cuando el escándalo salpica al rival, pero recita de memoria la enciclopedia de las excusas cuando la mancha de la corrupción aparece en su propia casa.
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Los papeles cambian, pero el guión es siempre el mismo. Quien ayer pedía dimisiones «por dignidad política» hoy habla de «respeto a la presunción de inocencia». La coherencia queda sepultada bajo capas de retórica calculada. Es el teatro de la doble vara, la gimnasia moral de los partidos que giran sobre sí mismos sin despeinarse. Y así, entre comunicados, ruedas de prensa y tertulias, el lenguaje político se convierte en un espejo deformante: la misma frase puede servir para condenar o para justificar, según quién la pronuncie y a quién le convenga.
Esta danza de acusaciones cruzadas genera un efecto corrosivo en la ciudadanía, cuyo resultado es la desconfianza generalizada. Porque si todos usan los mismos argumentos para atacarse y defenderse, no queda espacio para la credibilidad, ni para la ética pública. La corrupción se convierte en un instrumento más de la contienda política, no en un problema que se deba resolver.
Lo paradójico es que los partidos parecen no aprender nunca. Cada nueva investigación los 'sorprende como si no tuvieran antecedentes. Reaccionan con indignación impostada, olvidando que en hemerotecas y archivos digitales reposan sus propias declaraciones de cuando el caso concernía al contrario. La corrupción política es un espejo en el que todos temen mirarse. Y mientras los partidos sigan jugando al intercambio de papeles, en lugar de asumir responsabilidades reales, la ciudadanía seguirá percibiendo que el sistema protege más a los suyos que a los honestos.
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Tal vez la regeneración política comience el día en que un dirigente mantenga el mismo discurso cuando la corrupción es ajena y cuando es propia. Ese día, quizá, el 'argumento bumerán' dejará de revolotear por los pasillos del poder y comenzaremos a creer que la ética no es solo una palabra en campaña, sino una práctica diaria en democracia.
Amén.
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