Aunque mi frente, como la de Carlos Gardel, esté marchita y las nieves del tiempo hayan plateado mi desmayada cabellera toda, no quiero volver. Es ... verdad que el pasado siempre vuelve y te lleva a pensar en aquello que hiciste y en lo otro que dejaste de hacer, pero volver para instalarte en la vuelta es de todo punto desaconsejable. Por imposible, por inútil y por dañino, te dice la consciencia, pero a ver si alguien se lo enseña a la subconsciencia, que es de donde inician su camino los sueños.
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Ya digo que, como Gardel, no quiero encontrarme con el pasado que vuelve, pero, siguiendo con el famoso tango, hay remembranzas que me asaltan algunas noches y vienen a confirmarme que es un soplo la vida y que veinte años no es nada, máxime cuando, como es el caso, el recuerdo me ha transportado a sesenta años atrás.
Es un sueño recurrente que me revive aquella Redacción de este periódico, ubicada en la actual Ronda de Levante. En ella viví experiencias añorantes de aquel periodismo un tanto bohemio en el que, junto a Manolo Carles, uno de mis maestros, se escribía principalmente por las noches y fluían comentarios, bromas con sus debidas réplicas y contrarréplicas, cualquiera de ellas cargadas de ingenio.
Y café, mucho café.
Y cuando ya estaba vencido el día, incluso aparecía alguna cerveza y bocatas, para animar las tertulias que desembocaban en el primer bar que abría de madrugada para completar la noche con un desayuno copioso. Era el mundo de la bohemia en su esplendor, ahora desaparecido con la modernización y la explosión urbana.
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Pero aparte del recuerdo de esos encuentros noctámbulos, heredé una doctrina de valores inmutables acerca de cómo hacer buen periodismo, un oficio que responde a la necesidad consustancial al ser humano de comunicarse, de enterarse de lo que ocurre, de suscitar diálogos, reacciones, críticas, esa especie de condición innata que ahora adquiere accesos a horizontes impredecibles merced a las nuevas tecnologías.
No voy a entrar en comparaciones con lo actual, que son odiosas y equívocas, pero si es verdad que la información que guardamos en el subconsciente suele contener miedos escondidos, sí quiero expresar el mío, referido al avance de la inteligencia artificial, ante la que la mayoría de ciudadanos queda inerme y sin saber definir dónde está la verdad y dónde la mentira.
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