¿Rebrotes aislados o segunda ola de la Covid-19? Esa es la cuestión, parafraseando parte de una de las más conocidas frases de Hamlet, príncipe de Dinamarca, original de William Shakespeare, Ser o no ser, esa es la cuestión.
Publicidad
Realmente, la respuesta le es indiferente a las personas infectadas o a las que ven amenazadas sus medios de vida por ausencia de clientes o por cierres administrativos, temerosas las autoridades de que determinados negocios ayuden a extender el contagio.
Lo cierto es que la nueva enfermedad proveniente de China se va extendiendo por el mundo sin que se otee un final que no pase por el Bálsamo de Fierabrás de la vacuna. Mientras esta no sea una realidad y haya inmunizado a millones de individuos, valdría un tratamiento que fuera efectivo en todo tipo de enfermos.
En nuestro país, la situación anda algo descontrolada, con brotes en casi todas las Autonomías, los cuales no ayudan precisamente a ver la 'rentrée' septembrina con optimismo. Levantado el estado de alarma impuesto por el Gobierno de la nación en marzo, no han sido pocos los españoles que han debido de pensar que el virus estaba vencido o no poseía la fuerza de los primeros momentos, cuando terminó con la vida de tantos de nuestros compatriotas en un corto espacio de tiempo.
El verano ha contribuido a perderle el miedo y, por tanto, a bajar la guardia. Pero las cifras diarias de contagios están ahí e indican que las cosas no se están haciendo todo lo bien que sería necesario, mucho más tras la amarga experiencia vivida en primavera.
Publicidad
¿Cuáles pueden ser las razones de esa relajación? ¿El estío y sus delicias? ¿Las ganas de recuperar el tiempo perdido durante los meses de confinamiento? ¿El carácter alegre y sociable de los españoles? Seguramente la suma de todos esos factores y algunos más, y tal vez, solo tal vez, que no se tiene presente lo acontecido en otras pandemias que asolaron el mundo, la última de las cuales fue la mal llamada Gripe Española de los años 1918-1920, que ningún europeo vivo padeció.
El virus, con origen en las aves, llevó al sepulcro a 50 millones de habitantes de los cinco continentes, aunque hay autores que multiplican por dos esa cifra. Tan extrema mortandad se dio cuando los países se desangraban en una guerra que duraba casi cuatro años y la población total del globo no llegaba a los dos mil millones. Extrapolen las cifras a los siete mil setecientos millones de hoy.
Publicidad
Parece que los primeros casos se notificaron en Estado Unidos, en marzo de 1918, en el cuartel de Fort Riley (Kansas), entre los soldados que iban a ser enviados a Europa. Con su llegada, el mal se extendió por el continente y dejó centenares de miles de enfermos y muertos en los dos bandos contendientes, lo que, sin duda, ayudó a terminar con el conflicto el 11 de noviembre de 1918, tras la aceptación por Alemania de los términos del armisticio, sancionado en el Tratado de Versalles de junio del año siguiente.
En julio de 1918 concluyó la primera fase de la infección. La segunda duró de septiembre a diciembre del mismo año y fue la más mortífera. Empezó cuando el mundo se estaba recuperando de tanto horror y afectó a los jóvenes con inusitada violencia. Sin embargo, durante el bienio siguiente perdió malignidad, hasta desaparecer, seguramente, por la gran cantidad de inmunizados que había en todas partes.
Publicidad
Visto lo visto, sería prudente aprender de esta y de otras pandemias de siglos pretéritos la lección de que no hay que relajarse ni un instante, pues el patógeno, aletargado o bajo de intensidad, puede reaparecer con nuevo brío cuando menos se espere, en una oleada más letal que la anterior. Recuerden, por último, que la confianza mató al gato.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión