Umbra penumbra
La luz no se discute, pero tenemos que hablar de las sombras
En el quirófano no hay sombras. No es una metáfora, es la respuesta a la necesidad hospitalaria de eliminar la incertidumbre allí donde la duda ... no debe tener espacio. En una intervención no existe margen para la interpretación ni los titubeos. Con el bisturí ya hundido en la carne, cada movimiento tiene consecuencias, y cada error hace sangre. Por eso las lámparas quirúrgicas no iluminan, interrogan.
Para ello se valen de un ejército de pequeños soles precisos y fríos, como asesinos metódicos. El diseño, que procede del siglo XIX, se lo debemos a Louis Verain, un ingeniero y profesor de electromecánica que, mientras buscaba una solución a la cuestión de la iluminación por encargo de un amigo cirujano, cayó en la cuenta de que la única manera de acabar con las zonas de umbría era someterlas a un foco que fuera a la vez muchos, es decir, que contara con decenas de pequeñas fuentes de luz que incidieran sobre los cuerpos desde distintos ángulos. De ese modo, unos haces cancelan las sombras ocasionadas por los otros. El nombre de este fenómeno, además, tiene una sonoridad inigualable: efecto umbra-penumbra.
Nuestro país, en cambio, parece hecho al revés. Como si contara con una sola bombilla y esta enfocara, además, siempre al techo, especialmente si se trata de iluminar la actividad de la clase gobernante, donde sobra gente operando con los guantes sucios. Lo comprobamos cíclicamente a través de distintos escándalos de corrupción. Así, lo que tendría que curar, infecta; y lo que debería cortar, raspa. Hemos visto que en ciertos despachos y restaurantes donde se negocia con el dinero público, las sombras no es que se dejen crecer, sino que se cultivan con un cuidado asombroso.
Hay que celebrar, por tanto, que cada cierto tiempo alguien irrumpa con una linterna y haga crecer un poco de quirófano en el barro. Son momentos breves pero brillantes: cae un secretario general, un tesorero, un ministro, y uno recupera un poquito de fe en el control del sistema, diluida por la acumulación de casos impunes. Lo sabemos todos: hay demasiados recovecos legales, demasiados aforamientos, demasiadas vías de escape y mecanismos para maquillar el enriquecimiento ilícito y eludir responsabilidades.
Llevar la luz de quirófano fuera de los hospitales –a las instituciones, a los partidos, a las decisiones que se toman con nuestro dinero– es el único camino para romper el círculo. Pero hacerlo depende de la misma clase política que se beneficia de los pasillos oscuros. Gobierno, socios y oposición apuestan ahora en sus discursos por nuevas medidas anticorrupción. No debería ser difícil que se pongan de acuerdo si hay voluntad más allá de mostrar la ponzoña rival. La luz no se discute, pero tenemos que hablar de las sombras.
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