«Putos moros, no nos traen nada bueno. Ni siquiera la calima». «Si un tío se maquilla, es maricón. ¡A la hoguera!». «¡Matemos judíos, y ... matémoslos por diversión!». «Una mujer trans es un hombre que no acepta ser varón y que se niega a ir a terapia». «Que se vayan a su país los putos rumanos y moros». «Putas feministas sin cerebro. Veo a mi perro y pienso a veces que tiene más IQ que estas mujeres».
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El discurso de odio es un lento suicidio colectivo. Insulta a la verdad, denigra a colectivos vulnerables y convierte las redes sociales en escupideras. Este fenómeno on line ha transformado las redes sociales en redes fecales, como frecuentemente critica el escritor y conferenciante Juan José Almagro.
El racismo, la xenofobia, la islamofobia, el antifeminismo, la transfobia o el neofascismo envenenan, día tras día, nuestra vida 'on line'. El discurso de odio es una declaración pública, consciente y deliberada, que denigra a grupo de personas, generalmente, minorías. Se trata de 'tuits', 'posts' y, en definitiva, pensamientos verbalizados que configuran los estereotipos sociales. Resaltan las semejanzas y enfatizan las diferencias, siempre denigrando a otros. Al otro.
Vivimos en un cambio del modelo comunicativo, en donde a la interactividad se suma la multidireccionalidad del mensaje y el nuevo receptor es activo, migratorio, conectado socialmente y público. En este nuevo ecosistema, el odio es expresivo y performativo.
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Es decir, va más allá de las expresiones destinadas a herir o menoscabar, sino que implica a fenómenos sociales que desafían nuestras democracias, así como el respeto a los Derechos Humanos. La discriminación, el patriarcado, el fundamentalismo religioso o la homofobia son problemas a los que las democracias occidentales han de volver a hacer frente.
Pero, ¿cómo luchar contra el discurso de odio si contamos con líderes de oratoria encendida como Trump o Bolsonaro? La 'americanización' de las campañas electorales ha llegado para quedarse. La rabia se ha instrumentalizado en nuestras instituciones. Trump ha creado escuela, de modo que los partidos políticos y los medios de comunicación de extrema derecha siguen las prácticas de sus pares en Estados Unidos.
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Pero, ¿siempre hemos sido 'haters', solo que ahora lo posteamos? ¿Y si las sociedades occidentales no estaban tan avanzadas como pensábamos? Hemos caído en un relato autocomplaciente con respecto a lo avanzados que estábamos en temas como la defensa de la multiculturalidad, el respeto a otras religiosas, a los derechos de los colectivos LGTBI+ o el feminismo.
En este caldo de cultivo, ¿cuál es la estrategia que debería seguir X? ¿Por qué los algoritmos viralizan el mal? Recientemente, Musk amenazó con demandar a un grupo de investigadores del Center for Coutering Gigital Hate que han alertado sobre el discurso de odio en X. Se trata de una organización sin ánimo de lucro que ha publicado tres informes que advierten sobre el incremento de los discursos de odio desde que Musk tomara las riendas.
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Algoritmos, desinformación e impunidad campan a sus anchas en X, Instagram, TikTok y Facebook. Su diseño algorítmico privilegia el ruido y el odio, porque generan más tráfico y datos susceptibles de comercialización. La clave radica en que provocan en los usuarios respuestas emocionales e irreflexivas. De modo que nos enfadamos, comentamos, compartimos o damos un 'like'. ¿Resultado? Damos superpoderes a los 'haters'. Se busca que consumamos contenido sin pensar, utilizando el dedo índice en vez del cerebro.
Es evidente que las redes sociales son ya como el principal agente de socialización de los jóvenes y no tan jóvenes, por encima de los 'viejos' agentes, que serían internet, los medios de comunicación, la familia, la escuela, los scouts, el bar de la esquina o la iglesia.
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Termino con tres verdades incómodas. Primera: en 2024 más de la mitad de las informaciones que consumiremos serán falsas. Segunda: el perfil del adolescente que es altavoz de los discursos de odio en España es un varón que usa más de cuatro redes sociales. Porque, a mayor consumo de redes, más probabilidad de que compartan contenido pro violencia.
Tercera: la desinformación busca generar estrés social, para articular así una guerra híbrida. Vivimos sometidos a la dictadura del algoritmo, con mensajes que se hacen masivos con la ayuda de miles de 'bots' que agitan la basura. Pero recordemos que «el odio es el lazarillo de los cobardes», como canta Jorge Drexler. Usemos las redes sociales con responsabilidad, criterio informativo y cerebro.
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