¿Qué presupuestos?

El grueso del debate incluyó los eslóganes habituales, que lo mismo sirven para hablar de impuestos que de la pesca del salmón en Yemen

Martes, 22 de noviembre 2022, 00:19

Si uno desea saber cómo pintan los Presupuestos del Estado de 2023 y por qué son o no apropiados para la situación actual, de nada ... le habrá servido atender a los debates parlamentarios celebrados hasta ahora sobre la materia.

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La ministra del ramo nos dijo que los presupuestos son «garantía de los derechos de las clases medias y trabajadoras» y «antídoto contra la desigualdad, la pobreza y la desesperanza». La portavoz de la oposición contó que los presupuestos «hipotecan el presente y el futuro», «no son sociales ni eficientes» y «nos abocan a la recesión».

Lo que no oímos fue un discurso consistente que nos aclarara por qué los presupuestos son tan extraordinarios o tan desastrosos. El grueso del debate incluyó los eslóganes habituales, que lo mismo sirven para hablar de impuestos que de la pesca del salmón en Yemen; exageraciones de las tesis del adversario, hasta hacerlas grotescas y así refutarlas fácilmente; y descalificaciones personales. Todo ello, claro, no deja tiempo para argumentar, tarea trabajosa. Las intervenciones de los otros grupos siguieron en general pautas parecidas, si no peores. Algunos, además, exigieron cosas que nada tienen que ver con los presupuestos para prestarles su apoyo. Una pena, porque la Ley de Presupuestos es la más importante del año y merece, merecemos, un debate a la altura.

Una pena, porque la Ley de Presupuestos es la más importante del año y merecemos un debate a la altura

Por suerte, uno puede acudir a otros organismos para hacerse una idea. Organismos como la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal, el Banco de España o el FMI (Fondo Monetario Internacional), que, de manera inesperada, se ha convertido últimamente en una referencia aceptada por tirios y troyanos.

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La bondad de unos presupuestos se mide por tres cosas: la precisión de la información sobre los ingresos y gastos planeados, para que el Parlamento pueda evaluarlos; el modo en que las medidas propuestas se ajustan a las necesidades del país y la manera en que se integra esa política en una estrategia económica de medio plazo. Pues bien, los informes de los organismos referidos plantean serios interrogantes en los tres ámbitos.

La información es deficiente. Los ingresos públicos van a ser mejores de lo que se estima en el proyecto de presupuestos, en parte debido a la inflación. Eso significa que, si los gastos se ajustan a lo presupuestado, el déficit público será mucho más bajo que el estimado por el Gobierno. No se trata de cuatro perras. La mejora imprevista de los ingresos supera con creces lo que el Ejecutivo espera recaudar con el impuesto extraordinario que desea aplicar a eléctricas y bancos.

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Tampoco es fácil valorar el impacto del presupuesto sobre la economía porque el documento no incluye medidas que probablemente se aplicarán. No incluye los impuestos a los sectores mencionados, ni la prolongación, en todo o en parte, de las medidas que moderan el impacto de la guerra de Ucrania sobre los precios. Probablemente por ello, a la Comisión Europea, que tiene que opinar sobre los presupuestos de todos los países, se haya remitido también un escenario alternativo con más ingresos y gastos, pero con el mismo escenario de crecimiento económico –que, además, es optimista–.

Por cierto, y aun a riesgo de perder el hilo: el tono alarmista de la oposición no es consistente. Si España entra en recesión, como el resto de Europa, no será por los Presupuestos de 2023. Los sospechosos son, ¿quién lo ignora?, la guerra de Ucrania, los precios de la energía y la inevitable subida de los tipos de interés. Es verdad que se pueden tener reservas sobre los subsidios de precios y recortes fiscales generalizados aplicados hasta ahora –que, en algunos casos, tienden a beneficiar más a las rentas altas–; o ser más partidario de centrar el apoyo en los más vulnerables, como recomienda el FMI. O tener reservas sobre lo apresurado de algunas de las medidas fiscales: ¿cuántos informes de expertos hay que tener en los cajones para hacer una reforma fiscal con sentido? Pero lo cierto es que nadie ha propuesto hasta ahora una política presupuestaria alternativa a la del Gobierno que aguante una discusión seria.

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El tercer problema de los presupuestos es que no se integran en un plan a medio plazo realista y creíble que persiga equilibrar las cuentas públicas después de 2023. No ya porque lo pida la Unión Europea, que también, sino porque si no lo hacemos no habrá margen de maniobra para amortiguar el efecto de la próxima crisis, cuando quiera que llegue. En 2023 seguiremos teniendo un déficit alto en cualquiera de los escenarios plausibles. Eso es asumible ahora porque afrontamos la crisis de la pandemia y la guerra. No lo es para siempre.

Ya se han discutido y rechazado las enmiendas a la totalidad del presupuesto. Restan las enmiendas parciales para su aprobación. Sería bueno dejar a un lado las consignas y elevar la discusión. Sin ella, la calidad de nuestras instituciones y la capacidad de prosperar como país languidecen. Si la oposición hace cosas parecidas y dibuja un panorama ajeno a la realidad, también.

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