Hace muchos años, hacia finales de los años setenta, ya se vislumbraba la llegada de la democracia, aunque todavía con altibajos y con secuelas dictatoriales. ... Suárez ya había ganado las elecciones con su UCD y había nubarrones negros llenos de dudas. Los Guerrilleros de Cristo Rey todavía campaban a sus anchas, incluso crecidos, y eran frecuentes las persecuciones a los 'rojos' por el Metro de Madrid. En alguna de esas atropelladas carreras me vi envuelto, intentando escapar de los bates de béisbol e incluso de disparos reales de los jóvenes delfines de Fuerza Nueva. Vendría, por ejemplo, la matanza de abogados laboralistas de Atocha.
Pero no he venido aquí a contar viejas historias de heroicidades, historias del Abuelo Cebolleta, sino a evocar una antigua anécdota que me dejó marcado por mucho tiempo. Asomaba ya por el horizonte lo que después se llamó el Desencanto, esa melancolía de sentir que tanto esfuerzo y lucha no había servido para mucho –eso pensábamos, éramos demasiado jóvenes–. El desencanto tras la pasión política. Y con él, con el desencanto, asomaba también a lo lejos el comienzo de la Movida madrileña, con aquella película y canción inaugural de 1978: '¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?', que nos dio a conocer a una espléndida Carmen Maura, e incluso a un joven Pedro Almodóvar, que aparecía como extra en el filme.
Yo entonces compartía piso con otras personas en la calle de Fuencarral, entre la Glorieta de Bilbao y la Gran Vía. Un día apareció por allí un joven (no recuerdo de qué región venía) que acababa de ingresar en la Policía Nacional, o tal vez en la Guardia Civil, tampoco lo recuerdo. En nuestro piso había quedado una habitación libre, y él vino para unas semanas, hasta que encontrara otro sitio. Un día me lo encontré por primera vez en el pasillo del piso. Lo saludé, me saludó y, para mi sorpresa, no se presentó, más bien se justificó. Pero no se justificó por tener que estar allí unas semanas, sino ¡por ser policía!. Casi temblaba, ese mozo alto y fuerte. No sé si alguien le había puesto en antecedentes sobre mí o es que se impresionó por la frondosa barba a lo Carlos Marx que yo lucía por entonces. Yo creo que temía que atentara contra él. Sentí ternura y traté de tranquilizarlo.
Su familia era muy pobre, me dijo. La policía había sido una salida. Me acordé de Soren Peñalver cuando, lúcidamente, gritaba ante la estupidez de ciertos izquierdistas: «Insultáis a los policías, no os dais cuenta de que son los hijos de los obreros a los que decís defender».
Afortunadamente, aquella absurda y cruel revolución que defendía mi partido de extrema izquierda, en la que todos iríamos vestidos al estilo de la China de Mao y en la que solo podríamos escribir poemas a los obreros, fracasó. Hay policías psicópatas, como los hay en todas las profesiones. Pero hoy, si en una calle solitaria y oscura me encuentro con la policía, me tranquilizo, sé que los buenos me defenderán ante los malos.
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