Planos para la sociedad del aprendizaje
EL FOCO ·
Tanto la creatividad como el pensamiento crítico son hábitos que se aprenden. Ambos son necesarios para afrontar los retos o las dificultadesEl mundo entero está en estado de alarma educativa. La razón es simple. Hemos entrado en la Era del aprendizaje, que se rige por una ... ley implacable: «Toda persona, institución, empresa o sociedad necesita, para sobrevivir, aprender al menos a la misma velocidad a la que cambia su entorno. Y si quiere progresar, tendrá que hacerlo a más velocidad». En un mundo tan acelerado como el nuestro, esta ley impone una fuerte presión educativa. Tendremos que seguir aprendiendo a lo largo de toda la vida y eso nos obliga a cambiar de mentalidad y a poner los medios necesarios.
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El problema se agudiza en la escuela. ¿Qué debemos enseñar a alumnos que van a trabajar en puestos de trabajo que en gran parte no están inventados, manejando conceptos que desconocemos y enfrentándose a problemas insospechados? Preocupados por los resultados inmediatos, no estamos dedicando el suficiente esfuerzo a preparar para ese mundo futuro. La dificultad de la tarea exigiría que los mejores talentos se dedicaran a diseñar eficientes sistemas educativos, a todos los niveles. Si no lo hacemos, será el dinamismo tecnológico –que en último término vive de y para el mercado– quien tomará las decisiones.
Es importante recordar que la educación básica tiene tres objetivos: desarrollar las capacidades intelectuales de nuestros alumnos, formar buenos ciudadanos y prepararles para el mundo laboral. La función de la inteligencia no es conocer, ni sentir, sino dirigir el comportamiento, es decir, tomar decisiones y actuar adecuadamente para favorecer la 'pública felicidad' que, a su vez, facilite la felicidad individual. No basta con fortalecer las capacidades cognitivas de la inteligencia. Hay que mejorar el uso de esas capacidades. Me gusta llamar talento al buen uso de la inteligencia, a la inteligencia que sabe elegir sus metas, movilizar la información necesaria, gestionar las emociones y aplicar las funciones ejecutivas necesarias para alcanzarlas. No podemos considerar que es inteligente una persona que sabe muchas cosas, razona muy bien, piensa buenas decisiones, pero nunca las pone en práctica por pereza o cobardía. El talento siempre aparece en la acción, que es la culminación de la inteligencia. Educar el talento para actuar inteligentemente es un buen propósito.
Sobrevivir en una realidad vertiginosa exige aprender con rapidez y desarrollar dos capacidades esenciales, que también se pueden aprender: la creatividad y el pensamiento crítico. Cuando pregunto a los directores de recursos humanos qué competencias valoran más en los aspirantes a un puesto suelen coincidir en una: 'learnability', la capacidad de aprender con rapidez y de disfrutar haciéndolo. Esta es una actitud que debemos fomentar en la escuela y en toda la sociedad. En los próximos años, la colaboración entre inteligencia neuronal y digital va a intensificarse, por el avance de los sistemas de inteligencia artificial, lo que va a provocar cambios en el modo de usar nuestra inteligencia, como ya hicieron otras tecnologías mentales: la escritura, la notación algebraica o la notación musical. Nuestra memoria –que es el núcleo de nuestra inteligencia– se va a construir en dos formatos relacionados. Uno neuronal y otro digital. He presentado un esbozo de lo que podría ser esa interacción en Proyecto Centauro.
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Tanto la creatividad como el pensamiento crítico son hábitos que se aprenden. Ambos son necesarios para afrontar los retos o las dificultades. Creatividad quiere decir inventar soluciones a nuevos problemas o mejorar las soluciones a problemas de siempre. El juicio crítico es necesario para evaluar, evitar los engaños y los dogmatismos y tomar las mejores decisiones.
Todas estas competencias son individuales, pero las personas no viven aisladas. Se mueven en una red de relaciones que estimulan su talento o lo anulan. Por eso, nos interesa vivir en entornos inteligentes. La escuela no basta y, como me gusta repetir, «para educar a un niño hace falta la tribu entera». Las sociedades pueden también someterse a un test de talento. Pueden aprender o no hacerlo. En largos periodos de su historia, la sociedad española no quiso aprender. Por eso perdió el tren de la ilustración y el de la industrialización. Podemos considerar a Unamuno como nuestro intelectual más castizo, retratado por una frase cuca y miope: «Que inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones». Resguardarse en la tradición, rechazar lo nuevo, ha sido una tentación permanente de los mismos españoles que gritaron «¡Vivan las cadenas!». Es patética la comparación con la actitud de la brillante Grecia. Uno de los libros del 'Corpus Hippocraticum (De prisca medicina)' dice: «Descubrir cosas nuevas o rematar las investigaciones que aún no se han concluido es la ambición y tarea de la inteligencia». Y Aristóteles se refiere a un tal Hipodamos de Mileto, que, en un proyecto de constitución, había propuesto una ley para recompensar a quienquiera que inventase algo útil para la patria. En cambio, en 1674, Covarrubias, en su magnífico 'Tesoro de la lengua española', define así la palabra novedad: «Cosa nueva y no acostumbrada. Suele ser peligrosa por traer consigo mudanza de uso antiguo».
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En una mesa redonda en que participaba con Felipe González, este hizo una pregunta: «¿Cómo es posible gobernar en tiempos de incertidumbre?». Le respondí que la solución ante una situación de cambio vertiginoso era aprender con más rapidez. Estaba repitiendo las ideas de Carol Dweck, de la Universidad de Stanford, que afirma que «el antídoto para nuestro angustioso tiempo de incertidumbre es la mentalidad de aprendizaje». Junto a su colega Davis Yeager, de la Universidad de Texas, ha escrito sobre la necesidad de convertir EE UU en un «país de aprendices», de 'learners'. El consejo es válido para todas las naciones. «El aprendizaje nunca ha sido tan importante como ahora», ha escrito Joseph Stiglitz, que no es un pedagogo, sino un premio Nobel de Economía, autor de 'Creating a Learning Society'. Algunos países se lo han tomado en serio. Por ejemplo, Canadá, cuyo gobierno publicó 'Towards a Learning Society, Learning Economy: An Action Plan for Canada', o el del Reino Unido, con 'The Learning Age, a renaissance for a New Britain'. ¿Y España? Creo que no nos hemos dado por enterados. Hace años titulé un libro sobre nuestro sistema educativo '¡Despertad al diplodocus!'. Creo que sigue dormido y por ello agradezco a este periódico la posibilidad de actuar como despertador.
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