Tras un año de pandemia y vicisitudes, nos enfrentamos a una situación a corto plazo de mucho riesgo, determinada por el grado en que reiteremos ... los errores, y a otra situación a largo plazo muy incierta, condicionada en parte por el ritmo de vacunación.
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De momento, tenemos servidos los ingredientes para una nueva ola. La tendencia natural de la epidemia es a crecer, y solo la podemos mantener bajo control con medidas adecuadas mientras el nivel de inmunización no sea significativo. Ese nivel aún será pequeño en España en los próximos meses. Al ritmo actual, a finales de abril solo habría un 10% de la población vacunada. Conforme ahora flexibilicemos las restricciones se producirá una ralentización del descenso de contagios y a continuación, probablemente, un repunte. De hecho, ya hemos entrado en una fase de meseta, con un patrón similar al de diciembre, posible preludio de la cuarta ola. Por otro lado, sabemos que las nuevas variantes del virus, especialmente la británica, se extienden a gran velocidad. Y sabemos que son entre un 30% y un 70% más contagiosas. Por ahora, los casos debidos a estas variantes están eclipsados, pero crecen en la sombra y en pocas semanas serían los dominantes y darían la cara. El problema radica en que, por su mayor infectividad, las medidas que sí funcionan con la variante original podrían no ser suficientemente efectivas para controlar las otras variantes.
Se conjugan, por tanto, tres factores que abren una gran ventana de riesgo, al menos en los próximos dos meses. Habría que ser más prudentes esta vez y no realizar una desescalada prematura. La incidencia sigue siendo altísima. Nos hemos dado unos criterios demasiado generosos, pues la Unión Europea establece el nivel de riesgo bajo cuando la incidencia acumulada (a 14 días, cada 100 mil habitantes) es inferior a 25, valor que aún superamos ampliamente. El objetivo debería ser mantener el contagio casi residual. Una estrategia de 'Covid-cero', como la utilizada por países como Nueva Zelanda, permitiría (y hubiera permitido anteriormente) sostener en el tiempo unas medidas moderadas y ayudaría a que el sistema de rastreo fuera más efectivo. Además, hay que recordar que esta enfermedad tiene una mortalidad superior al 1% y, por tanto, la acumulación de casos que se produce con los ciclos de repuntes y bajadas supone un coste en vidas humanas que no deberíamos estar dispuestos a asumir.
Rebajar al máximo los contagios permitiría conocer mejor cómo se están expandiendo las nuevas variantes y poder contrarrestarlas con antelación
Por otra parte, rebajar al máximo los contagios permitiría conocer mejor cómo se están expandiendo las nuevas variantes y dejar margen de maniobra para contrarrestarlas con antelación. Las epidemias se ven en diferido, con retraso. Por eso se debe actuar de forma anticipada y preventiva de acuerdo al escenario que puede darse, en lugar de actuar cuando el problema ya está encima. El efecto de una actuación hoy se manifiesta dos semanas después. Además, como el crecimiento de una epidemia es exponencial, cuando intentamos frenarla ya ha cobrado demasiada inercia y deja una larga cola o 'resaca'. En mi opinión, ahora habría que seguir bajando la incidencia y dar más tiempo a las vacunas. A partir de abril se podría entonces armonizar la flexibilización de medidas con el ritmo de vacunación del momento.
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La esperanza desde luego hay que depositarla en las vacunas, no solo por la inmunización de la persona vacunada sino además por el efecto de cortafuegos producido al llegar a un porcentaje suficiente de población inmunizada (la inmunidad de grupo), que en el coronavirus estaría en torno al 70%. Pero tendríamos que duplicar el ritmo actual de vacunación en España para alcanzar ese objetivo a final de año, y triplicarlo para lograrlo al final del verano. Mientras llega, faltan aún muchos meses en que no podemos pensar en las vacunas como única herramienta de combate. Además, tampoco puede asegurarse que, después, podremos prescindir por completo de las medidas. Ese porcentaje es para una eficacia perfecta de las vacunas, pero su eficacia real aún no se conoce. Por otro lado, no olvidemos que la pandemia es un fenómeno global, que su impacto ha sido desigual en los distintos países y que el proceso de vacunación está siendo diferente a lo largo del planeta. Pronto entraremos en una nueva fase de pandemia, pero queda lejos la postpandemia. Urge, creo, una planificación a largo plazo por parte de los gobiernos, una mayor concienciación de todos los ciudadanos sobre el alcance de la pandemia y sus consecuencias, y una reflexión de la sociedad acerca de la necesidad de 'volver a hacer todo como antes cuanto antes'.
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