Cuando creíamos que el bipartidismo era el causante de la corrupción y las malas prácticas políticas parece que vino lo peor. Hace mucho tiempo que la sociedad está desconcertada, puede que sea por la estrategia política de unos o por la debilidad que conlleva la mala gestión y el escándalo de otros, el caso es que se está produciendo una paulatina degradación de nuestro sistema democrático porque el entendimiento, la comprensión, el diálogo y la convivencia va degenerando en el desacuerdo, el enfrentamiento y la discordia. Y, al final, esto solo lleva a la intolerancia, la antipatía y la indiferencia. Es posible que el objetivo de estas maniobras sea apartarnos a todos del interés por la política y recluirnos en la mera supervivencia para justificar y avalar un cambio drástico de régimen. Da igual que sea de izquierdas que de derechas, aunque la izquierda maniobra y manipula mucho mejor que la derecha (quizás porque la derecha ya tuvo cuarenta años de gloria y la izquierda necesita otros cuarenta para resarcirse), lo importante, parece ser, es que cedamos y nos dejemos llevar con desazón la mayoría y con fanatismo el resto, a un callejón del que solo podremos salir a golpes y sometidos, los unos y los otros.
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Tengo por costumbre, no sé si será buena o mala dados los tiempos, leer periódicos, opiniones y panfletos de todo el espectro político en busca de una explicación para este desbarajuste, en una motivación racional e inteligente que exija este estado de demencia política en un momento en el que estamos todos en peligro sanitario, social y económico. Es cierto que las crisis nos hacen vulnerables y siempre hay espabilados dispuestos a aprovecharse de la enfermedad, el desaliento, la fatiga y el sufrimiento pero eso no explica la división ni la ruptura. Y la única explicación que veo es el desgobierno, y este como táctica para mantener el poder y apropiarse de la soberanía. Una especie de autocracia sobrevenida y salvadora que reparta dádivas y privilegios y condene el libre pensamiento, la iniciativa y la información independiente. Despreciado el diálogo, utilizado el nacionalismo, desarrollado el enfrentamiento entre regiones y vecinos, arrinconado el Monarca y afiliado el feminismo, solo quedará mirar cómo se instrumentalizan las instituciones del Estado, el poder judicial sobre todo, y saludar a la victoria. Luego repartiremos las culpas. Parece una serie B de ciencia ficción pero mucho me temo que se va acercando a esa realidad diseñada.
Mucho se habla y se lee sobre la desmesurada ambición del presidente del Gobierno español, su apetito por el poder y su ansia por el reconocimiento, aunque solo sea estético. Sin embargo, yo discrepo pues más me parece un títere que un líder preclaro, astuto y convencido (lo mismo pienso del líder de la oposición). Cuando el discurso carece de corazón y es repetitivo hasta la náusea, frío y distante es porque no es propio sino impostado y un grupo con verdadero deseo de poder mueve los hilos de quien se alegra de haberse conocido y se conforma con la imagen amable de un líder entrañable, un simple expositor de mensajes hueros. Así uno se explica por qué todas las determinaciones del consejo de ministros, ampliamente explicadas con una didáctica infantiloide, no son más que propaganda: el mínimo vital no se concede, las ayudas a autónomos se rechazan, los créditos para las pequeñas empresas son caros y una trampa para incautos, la regulación del teletrabajo impide que se produzca el teletrabajo o se negocian presupuestos sin presupuestos.
Convertir el Gobierno, no en dirigir y guiar a todos, sino en tutelar la supuesta ignorancia de los españoles no deja de tener su gracia. Hemos descubierto que en España hay tres tipos de ciudadanos, como dicen ellos: los listos, es decir, aquellos que rigen el destino de todos; los tontos, aquellos a los que hay que ayudar, y los de derechas, que son el resto. Cuanto más simple sea todo mejor, más fácil es de manejar. ¡Ojo! Llegar hasta aquí tiene mucho mérito con tan poco caudal político. Es una obra de ingeniería política asombrosa que ha requerido de una conveniente utilización de las redes sociales, la creación de una corte bien financiada y el descrédito de la oposición. Si a ello añadimos la confusión, el sí pero no, el despiste, la contradicción, el disimulo y la culpabilidad ajena tenemos un proyecto político serio y contundente que no sabemos muy bien a dónde nos llevará.
Como dice mi amigo Manolo, tenemos alternativa pero no tenemos escapatoria. Y creo que no tenemos ningún plan, ni sanitario, salvo la vacuna a largo plazo, ni económico, salvo el endeudamiento y los dineros de Europa, que favorezca la confianza en el futuro.
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