Pisaremos las calles de nuevo

Cuando esa vuelta a la vida plena se produzca, como ansiaba Pablo Milanés, habrá que llorar por los ausentes

Miércoles, 29 de abril 2020, 01:39

Pisaremos las calles nuevamente de lo que fue nuestra Murcia infectada. Sí, como en el resto del país y del mundo, una feroz epidemia confina en sus domicilios a los habitantes de pueblos y ciudades, pero en esta tierra de luz y de abrazos se viven muy mal los encierros, más aún si cursan en primavera, si nos alejan del rumor de las acequias y del perfume de las flores, topicazos, pero muy definidores de nuestro sentir, de nuestro temperamento huertano.

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Cuando esa vuelta a la vida plena se produzca, como ansiaba Pablo Milanés, habrá que llorar por los ausentes, tantos mayores y algunos jóvenes con los que nunca nos abrazaremos ya. Parece ser que esto se va a dilatar al menos hasta la llegada del verano y esos días aprovecharemos el solsticio para quemar en la hoguera los geles, las mascarillas, los guantes y cuantos protectores venimos utilizando para paliar más el miedo que el contagio del coronavirus. Estaremos al aire libre. ¿Y después qué?

Se ha comparado hasta la saciedad ese tiempo por llegar con el advenimiento de la esperada paz tras una guerra, y me parece acertado el símil por el enorme sufrimiento colectivo que ambos fenómenos acarrean para las personas. Pero también se ha auspiciado muy insistentemente que cuando callen las armas aflorará la solidaridad y que todos nos concertaremos para evitar otro conflicto bélico, vírico en este caso y quizás natural después. Soy pesimista al respecto. Tal vez en otros lugares del planeta tomarán oportunas y audaces medidas, pero difícilmente en España. La Historia avala mi criterio. ¿Cuándo ha escarmentado nuestro ibérico pueblo de la guerra y ha tratado de evitar la siguiente? Al revés, concluida una confrontación, la mayoría de las veces entre los propios españoles, nos empeñamos en prolongarla, pese a que ya no haya disparos ni se lancen bombas contra las poblaciones. Siempre es así, se silencian las armas pero se dilatan largamente las cruzadas ideas que las provocaron. También Europa actuó así tras la primera guerra mundial y propició el estadillo de la segunda. De esta forma somos, en vez de construir tras las contiendas, quizás finalizadas solo por puro desgaste de las fuerzas, se deconstruye de nuevo la convivencia, al enfrentarse otra vez los intereses de los bandos que colisionaron.

Y todo esto viene a cuento de la posibilidad más que evidente de que pronto otro golpe de la Naturaleza asole a la humanidad, el que se producirá cuando el cambio climático tan anunciado por unos y tan ignorado por otros, dé la cara definitivamente. Ya no valdrán acuerdos de paz, armisticios ni vacunas. Puede ser el final y está hasta descrito.

Pese a mi referido pesimismo, espero que para entonces todas las prevenciones se hayan tomado y todo el gasto, el necesario, se haya realizado. Nos jugamos la vida en este satélite del Sol, no solo el sol del que ahora se nos priva.

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Decía Francisco Umbral que «los españoles damos todo por bueno y entrañable, costumbre de un pueblo orfeónico (yo diría gregario) e idiota, pobre pero honrado». Hora es de levantarse contra esa tendencia y luchar por nuestra vida y la de nuestros hijos y nietos, pues de otro modo la Naturaleza se vengará, aunque, como algunos hombres engañados, lo haga tarde y mal. Ojalá que los niños, que cuando escribo esto acaban de salir a las calles, puedan permanecer siempre allí y que la propia Naturaleza no los maltrate, por lo que urge que los padres no le hagamos daño a Ella.

Qué felices serán nuestros descendientes si no están tan sometidos, tan amenazados por las fuerzas naturales. Eso les otorgará verdadera libertad, pues, como en el poema de Luis Cernuda, esa libertad justificará su existencia: si no la conocen no vivirán, si mueren sin conocerla, no habrán vivido.

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Espero y deseo que ocupen para siempre la plaza liberada, como en la bella canción del cantautor cubano citado se presagiaba.

Entonces sí que habrá estallado la paz en la Tierra.

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