La piruleta y la vacuna

Sábado, 30 de enero 2021, 01:03

Cuando alguien se acerca a un niño a ofrecerle una piruleta, lo primero que hace el niño es mirar a su papá o a su mamá en busca de un gesto de aprobación o desaprobación. El niño no ha vivido lo suficiente para tomar la decisión por sí mismo con seguridad. Entiende que, aunque los padres no tengan respuestas para todo, saben mucho más que él. Los padres saben si esa piruleta es conveniente para su dieta, sus dientes, su rutina, o si simplemente es adecuado aceptarla.

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Algo similar ocurre cuando ofrecen una vacuna contra la Covid-19 a la población. La gente gira la cabeza en busca de la aprobación de los que más saben. En la mayoría de los casos no necesitan entender los detalles, solo tener referencias en las que confiar. Los médicos, enfermeros y científicos biomédicos, que sabemos algo más del tema, debemos asumir esa responsabilidad y ofrecernos como referencia. No importa que no seamos virólogos, epidemiólogos o inmunólogos. En esta guerra contra la pandemia, en el frente de la batalla informativa, legitimar solamente la opinión del superexperto es desperdiciar munición.

Centrándome en el caso de los científicos biomédicos, puedo decir que somos especialistas en temáticas muy específicas y diversas. Sin embargo, la mayoría tenemos mucha experiencia en interpretar y valorar publicaciones científicas. Aprovechando esa experiencia, por ejemplo, podemos contar que las vacunas de ARN, aunque son novedosas, no han salido de la nada, sino que se han estado investigando desde hace más de quince años. También podemos decir que los ensayos clínicos de las vacunas de Pfizer y Moderna han sido publicados en la revista de medicina más prestigiosa y que sus resultados son sólidos.

Es muy importante tener a las publicaciones científicas, revisadas por científicos y editores, como fuentes de información primaria. Cuando un divulgador cuenta lo que alguien escribió en Twitter, que a su vez estaba basado en una entrevista que leyó otra persona en un periódico, la cadena de transmisión de la información se enturbia y oculta la evidencia científica que está en la base de esa información. Durante esta pandemia he leído y escuchado informaciones erróneas que se pueden disculpar por la complejidad del tema. Lo que resulta imperdonable son los titulares alarmistas e infundados, alentados por la ambición de un clic o de incrementar la audiencia.

Umberto Eco, en su novela 'Número cero', hizo una crítica feroz al periodismo que manipula y distorsiona. En el caso de la Covid-19, la distorsión no procede tanto de una voluntad maligna como de la ignorancia y del atrevimiento. Por este motivo, y tal cual declaró el propio Umberto Eco, «el periodismo tendría que hablar solo de los hechos que no dependen de las interpretaciones». Para mitigar el ruido en la interpretación de la ciencia de la Covid-19, los medios de comunicación siempre deberían referenciar las publicaciones científicas de las que derivan sus noticias.

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La información extraída objetivamente de publicaciones científicas, junto al sentido común –mejor una vacuna testada en miles de personas que no padecer una Covid-19 agresiva– y a la responsabilidad individual –vacunándonos no solo nos protegemos nosotros, también a la gente de nuestro entorno–, deberían ser suficientes para alejar las dudas sobre las vacunas contra la Covid-19.

Los sanitarios y los científicos biomédicos deberíamos dar un paso al frente para que cuando la gente levante la cabeza y nos mire de reojo, nuestra aprobación basada en la ciencia les permita disfrutar tranquilamente de su piruleta.

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