Vencido el fascismo

Apuntes desde la Bastilla ·

El socialismo hoy hará cualquier cosa con tal de que no gobierne la derecha. La pintará de fascista si es necesario. Desenterrará el 36

No pasarán», gritaron con júbilo mayúsculo los felices socialistas en la noche de Ferraz. «No pasarán», como un lema totémico, reparador. En su particular gira ... por la historia, la izquierda española está reviviendo el Frente Popular, como no se cansa de recordar. El «No pasarán» no responde a una victoria solamente, que no la hubo en la noche del domingo electoral, sino a una revancha histórica. Ansiosa de superar sus propios traumas, de justificar sus errores, que los ha habido, sus contradicciones, que siguen existiendo, la izquierda crea una hidra de mil cabezas llamada fascismo, un ser mitológico y maligno que adquiere diferentes formas dependiendo del contexto, ahora Vox y Feijóo, ayer Rajoy y Rivera. Con el «No pasarán», parece que anhelan un regimiento militar apostado a las afueras de Madrid al que poder derrotar. El grito socialista borra de un plumazo los más de cuarenta años de democracia y de Constitución, usurpa el aire del 78 para situarnos en el 36. Y tal vez es la pretensión.

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Se ha vencido al fascismo, por más que el bloque de izquierdas haya perdido cinco escaños y la gobernabilidad de España, ese ente superfluo que ahora toca gestionar, sea aún más difícil que hace una semana. Esa es la radiografía que arrojan estas elecciones, la de una coalición de gobierno formada por múltiples partidos (que ellos llaman sensibilidades) que ahora necesitará el apoyo expreso de varios compañeros de viaje indeseables. A un lado ERC, el partido que logró en la pasada legislatura modificar el código penal para ajustarlo a sus necesidades delictivas. En la otra esquina de la mesa Bildu, el partido de pasado terrorista y de futuro sombrío. También el PNV, el dragón vasco que está a punto de ser devorado por las serpientes. Y al galimatías secesionista se le suma ahora Puigdemont, un prófugo de la Justicia. Todos estos partidos tienen en común dos cosas: que entre ellos se comunican en español y que su misión es destruir el orden constitucional y hacer desaparecer al Estado tal y como lo conocemos.

Se ha vencido el fascismo pero poco ha importado el coste. El júbilo de Ferraz, de algunos medios de comunicación y de buena parte de las redes sociales ignora las consecuencias de un gobierno en manos de militantes del odio a la Constitución y al resto de españoles. Se ha orillado al fascismo hasta la irrelevancia, mientras ya se ha aceptado (y celebrado) que partidos de extrema izquierda decidan sobre la vida de la gente. El tablero inclinado del que ya les hablé en otro artículo. Ese terreno de juego en el que el centro lo marca lo que la izquierda decida que es el centro, y todo lo que se salga de su brújula distorsionada es, para sorpresa del lector, fascismo.

Paso a paso se va conformando un Estado descuartizado, como los buffets de los restaurantes de verano, donde cada uno coge la parte más gustosa del menú. Todo el sacrificio merece la pena, porque se ha vencido al fascismo. Y buena parte de la culpa la tiene Vox, partido populista, descontrolado en estos últimos meses, más preocupado en llamar la atención, de provocar, que de ajustar su política al bien común. Vox se ha arrojado la responsabilidad de llevar a cabo una cruzada ideológica y cultural que hiere. Es incomprensible y mezquino no querer guardar un minuto de silencio en un ayuntamiento por una mujer asesinada, y más si el motivo es terminológico, tal y como ellos afirman. Es cavernícola censurar una obra de teatro, sea cual sea su argumento. Ellos solos se han colocado la sábana que los viste de fantasmas, el esperpento que lleva años dibujando la izquierda para asustar al votante medio. Y lo han conseguido. Ni en sus mejores sueños Sánchez habría ideado un golem tan fiel que le hiciese sobrevivir en estas elecciones. Y lo proyectó en la figura de Abascal.

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Otra lección que nos ha dejado esta derrota del fascismo es la falsa dualidad que muchos pensábamos para el votante del PSOE. Hasta el momento creíamos que había dos almas en ese partido bandolerizado. La que acepta todo lo dictado por el amado líder y la del votante razonable, al que producen dolor de cabeza y alma los pactos con Bildu. Hoy sabemos que ese votante ya es un animal extinto. Existió, dicen, pero ya ni está ni se le espera. El socialismo de hoy grita de júbilo la noche en la que su partido se arroja a los brazos de Puigdemont y Otegi. El socialismo hoy hará cualquier cosa con tal de que no gobierne la derecha. La pintará de fascista si es necesario. Desenterrará el 36. Hablará de ejércitos de sombras que amenazan el mediodía. Incluso pactará con Puigdemont, ese fascista prófugo de la Justicia, con tal de vencer al fascismo.

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