La tumba de Platón

Apuntes desde la Bastilla ·

Él estará en su idílico jardín, pero los que contamos nuestros días al otro lado del Ecúmene masticamos una sensación de desazón en la boca

La verdad estaba bajo la lava, ya convertida en piedra. Herculano sucumbió al cataclismo volcánico en la noche del año 79 y con ella murieron ... sus ciudadanos, los esclavos, los animales, las ánforas dejaron de contener vino, los espejos de reflejar la imagen de una doncella predispuesta para el matrimonio, las uvas se secaron con los gases ácidos y los papiros de las bibliotecas se convirtieron en polvo. A unos pasos de la playa, la ciudad se convirtió en una necrópolis enterrada, una leyenda sobre lugares que nunca existieron, calles vacías con olor a azufre y fantasmas de estatuas sin brazos ni cabezas. Pero Herculano resurgió en el siglo XVIII. Y con ella, toda la cotidianidad dormida durante trece siglos.

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Leo en las noticias de estos días que se ha descubierto el paradero de la tumba de Platón. Como la historia es azarosa y parece escrita por un Salgari chistoso, no podía ser de otra forma que a través de la literatura. Sí, los libros, aun calcinados y olvidados, vuelven a la vida para darnos eso tan necesario para respirar: la vida. Una madeja carbonizada de papeles ha sido estudiada para estupor de los investigadores. Entre las llamas extintas y las cicatrices del manuscrito, en una esquina de la Casa de los Papiros, se ha conseguido leer su contenido. Esto, de por sí, supondría un milagro de la ciencia: leer un texto que ya desapareció. Como revertir el destino de la biblioteca quemada de Alejandría. Tiempo al tiempo.

La casa había pertenecido a Lucio Calpurnio Pisón, suegro de Julio César, gente de bien que gustaba leer en griego. Las mil palabras que se han logrado descifrar, sobre una obra de un tal Filomeno de Gadara, filósofo epicúreo, hablan de la localización de una tumba. Es la de Platón, que para la filosofía sería algo así como si un teólogo encontrase, de repente, los huesos de Cristo. Solo hay palabras, y no hechos, pero ya sabemos gracias a esta obra recobrada que Platón fue enterrado en el jardín de su Academia, en la floreciente Atenas, y no hay lugar mejor para descansar durante el resto de la eternidad que bajo la sombra de los árboles y el canto de los pájaros. Platón fue muchas cosas, pero sobre todo, un hombre comprometido con la belleza mediterránea.

La realidad, la política, se empeña en encerrarnos aún en cavernas; ojalá encontrar pronto la salida

Platón ha vuelto a la palestra en una semana complicada. Él estará en su idílico jardín, pero los que contamos nuestros días al otro lado del Ecúmene masticamos una sensación de desazón en la boca. La nostalgia de la buena política es, tal vez, lo que llevó al filósofo griego a obsesionarse con encontrar una forma justa de gobernar. Los textos políticos de Platón son originales, cargados de dinamismo, hasta llegar al punto del autoritarismo. Formuló que los únicos hombres capaces de regir los destinos de los ciudadanos debían estar preparados para hacerlo, teniendo de su lado el conocimiento y la experiencia. Eso trae como resultado que los únicos gobernantes dignos de ejercer eran los filósofos. Barría para casa.

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Cada uno tenía su papel en la sociedad, según el orden natural de las cosas. El filósofo había conseguido salir de la caverna y había visto la luz de la verdad y el conocimiento. Mientras tanto, la ciudadanía seguía encerrada en las tinieblas, creyendo sombras y ecos que no existían de verdad, alabando con una ferocidad religiosa al amado líder, a sus devaneos, sus salidas de tono, sus tiranías particulares, confundiendo su interés personal con el de la nación, haciendo de los problemas familiares una causa de Estado. La soledad del filósofo, escalando las paredes y descubriendo la luz, es total. A los ciudadanos, piensa, no les interesa la verdad. Ni siquiera su propio interés. Vencidos por el fanatismo, son capaces de adorar al tirano hasta hacer de la mentira un credo existencial. La verdad solo existe cuando el gobernante lo decreta. Los hechos ocurren porque el gobernante accede a ellos. La democracia, claro, solo es si el gobernante lo decide y cuando lo decide.

¿Dónde estaban los filósofos y artistas mientras el sabio de Platón veía la luz? La mayoría de ellos no se cuestionaba ni un ápice sobre la verdad de los hechos. Cambiaron las razones por las banderas. Los aforismos y el compromiso por subvenciones. El líder se convirtió en un mesías y ellos en la casta sacerdotal que limpia los suelos del templo y llena de incienso el aire, para que no apeste a podredumbre. La sociedad en su conjunto, supo Platón, estaba enferma de mentira y el engaño era aceptado por la multitud ignorante, atados a las cadenas del fanatismo. La realidad, la política, se empeña en encerrarnos aún en cavernas. Tal vez no sea casual que estos días se haya descubierto el paradero de la tumba de Platón. Ojalá encontrar pronto la salida de la caverna.

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