Los socialistas y la caída de Constantinopla

Sánchez ha perpetrado uno de los mayores asaltos a la democracia

Domingo, 12 de noviembre 2023, 07:37

Dicen que Giovanni Longo, en su huida, dejó una puerta de la muralla abierta por la que entró el ejército de jenízaros del sultán otomano. ... Constantinopla estaba perdida, sin mayor consuelo que el de pasar a la historia como un bello cadáver. Nadie podía imaginar que un imperio que había durado mil años se desmoronase al amanecer. Pero los imperios caen, sin necesidad de catapultas ni asedios que suman a la población en el hambre y la sed. Caen por una grieta, por la pasividad de un defensor, por un arco mal tensado. Sucumben por el bostezo de un centinela, por la falta de escrúpulos de un general y la pereza de sus soldados. Cae también el imperio de las leyes, el Estado de derecho, que tiene menos años que Constantinopla y cuyas murallas hoy sufren la fila de jenízaros cruzando rumbo a Santa Sofía.

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Si algo ha demostrado el acuerdo alcanzado por el PSOE con Junts y ERC es que España está llena de Giovanni Longos. Nuestro muro constitucional, barrera contra la desigualdad, ya no solamente sangra de múltiples heridas ocasionadas durante estos últimos años, sino que abre sus puertas a la impunidad. La amnistía convierte a los delincuentes y culpables de quebrar la convivencia en mártires. Sánchez ha perpetrado por propia supervivencia uno de los mayores asaltos a la democracia, cambiando el relato oficial para ajustarlo a sus necesidades. La amnistía supone vender la justicia y la ley al independentismo. Ofrecerle un papel en blanco donde puedan ajustar la historia a su medida. Abandonar la verdad, la decencia y a todos aquellos defensores públicos que en 2017 pararon el golpe a la democracia en nombre de todos. Una ley ideada en la capital de un país extranjero por un prófugo de la Justicia. ¿Tan lejos has llegado, socialista?

Porque no es el Estado el que está negociando su soberanía, sino un partido, el PSOE, el que la trocea para conseguir cuatro años más de poder. Y lo hace por la puerta de atrás, como aquel genovés cobarde que no vio caer Constantinopla, con una negociación exenta de transparencia, firmada sin que sus bases la hayan leído y votado (la votación, extraño ejercicio de imbecilidad, se produjo unos días antes de conocerse el acuerdo) y tras haber prometido en campaña que no habría en ningún caso amnistía. Sánchez, una vez más, hace lo contrario de lo prometido, pone en venta el Estado de derecho, piedra a piedra, artículo a artículo, para alcanzar sus objetivos. No los de España o los del partido. Los suyos.

Por supuesto que en este asedio hay varios culpables. Desde hace muchos años, el PSOE decidió abandonar la decencia y hacer de su camino un sendero por el que no creciese la hierba. Los militantes socialistas sufren un síndrome de Estocolmo radical. La prueba la tenemos en las últimas elecciones municipales de mayo. La mayoría de concejales y alcaldes socialistas sufrieron una derrota severa y perdieron las alcaldías porque les perjudicó asociar su nombre al de Pedro Sánchez. En privado, muchos de ellos reconocían que Sánchez los había llevado a la ruina, a pesar de la buena gestión ejercida, en algunos casos, durante la legislatura.

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Tres meses después, ahí los tenemos, vanagloriándose de votar a favor de un acuerdo de amnistía que ni siquiera habían leído, mostrando con orgullo su afirmación de que buena parte de la deuda catalana será perdonada, un dinero que pagaremos los demás. Socialistas de Murcia, Andalucía, Madrid, y todas las geografías de este maldito país, que se han quedado sin sillón, subiendo fotografías a redes sociales sonriendo con su voto, animando este sinsentido, apuntalando una muralla carbonizada de infamia, autoproclamándose de izquierdas y celebrando que hoy hay más distancia entre los españoles de primera y de segunda, descorchando champán porque Puigdemont, precisamente uno de los políticos más racistas y clasistas de este querido y esperpéntico país, haya salvado lo que ellos llaman el «gobierno progresista».

Cómo deciros, militantes de base que habéis dejado abierta la puerta de la muralla de esta Constantinopla moderna, que esto no es la izquierda. Que hubo un tiempo en el que ser de izquierdas significaba perseguir la injusticia y aspirar a la igualdad. Cómo expresaros que soy consciente de que fuera del sueldo público hace mucho frío, que tal vez han pasado lustros desde que ocupasteis vuestros despachos de abogados, vuestras aulas de instituto, y que pensáis que la vida siempre serán ruedas de prensa y mítines para borregos. Pero la decencia está por encima de todo eso. Sánchez ha hecho de vosotros unos fieles obedientes. Ha transformado el partido en una religión y vosotros servís solo a sus intereses. Que saldrán González, Guerra y Page lamentándose, aunque hace dos días pedían el voto para el PSOE, por tradición, porque es mejor hundir el barco que esquivar el iceberg. Que con vuestro silencio hoy, socialistas, España es un poco más Constantinopla, aunque os sintáis orgullosos de este fuego que llega ya a Santa Sofía.

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