Imagínese que un partido político decidiera, en un esfuerzo enorme para alcanzar la paz social y la reinserción de los descarriados, llevar en sus listas ... electorales a siete violadores. O asesinos. Siete maridos que en el frenesí de una noche de copas, celosos porque su mujer se escribía con el vecino, decidieron poner fin a esa humillación pública. Son siete personas que tuvieron un mal día y se les fue la mano. Ellas están muertas, pero el tiempo lo cura todo. Pasó hace muchos años. ¿Quién recuerda sus nombres? Los de ellas, claro. Los asesinos, que ya no lo son, no lo olviden, ni siquiera han pedido perdón, pero han cumplido su condena religiosamente. Mejor tenerlos en las instituciones, dirá el partido, que en sus casas, agrediendo a sus nuevas parejas. La democracia lo cura todo, y los votos al caer en la urna actúan como una especie de diálisis. Renuevan la sangre. Limpian la memoria.
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La memoria se puede limpiar, sí. Sobre todo cuando la suciedad no parte solamente de los hechos, sino de la conciencia de quien la quiere imponer a los demás. Y los españoles somos expertos en rociar el ayer con agua sucia. Bildu ha entendido a la perfección la enfermedad que padecen nuestros políticos y se aprovecha del estado terminal de la moral parlamentaria. Lo hemos escuchado en miles de declaraciones. Pedro Sánchez recorría las radios esgrimiendo una pulcritud que sacaría los colores al propio Catón. Ayer mismo, Bildu era un resquicio indeseable de ese problemilla tan vasco pero que afectaba tanto al resto de los españoles. El gusano en la manzana podrida de la democracia. Luego los vientos cambiaron. Los integrantes de Bildu pasaron a ser meros jóvenes vascos que buscaban una salida pacífica al conflicto. Qué idílico el mundo de las ikastolas. Después, el PSOE descubrió que hasta los más indeseables sirven como muletas cuando el camino está lleno de baches. Hoy ya hay siete asesinos de ETA, condenados pero no arrepentidos, engordando las listas electorales de la serpiente.
Y ese es el problema. Que los gusanos dan asco, pero las serpientes, además, muerden. Llegó el día de la amnesia intencionada, esta que fue anunciada por Casandra, y que como corresponde al mito, nadie creyó. Porque España no tiene alzhéimer. Eso sería culpar a la genética o a la providencia, y los godos, los Reyes Católicos o Godoy no tienen culpa de que, aun con 377 asesinatos sin esclarecer, los verdugos disfruten de un sueldo público y organicen y decidan la vida de los demás. El olvido al que se somete la memoria democrática (porque esto también es memoria, regada con sangre en las calles de toda España) sería solamente triste si no viniese acompañado de favores políticos. Si sirve para apuntalar un gobierno, se convierte en indecente.
Todavía hay voces que pretenden convencerle a uno de que el agua no moja, de que el sol no brilla, de que un asesinato no es el acto más impuro que puede cometer un ser humano, y que su castigo moral y social debería perseguirlo durante toda su vida. Pero se retuercen los argumentos. Se estiran las excusas hasta convertirlas en arlequines. En este país la verdad dejó de importar hace demasiado tiempo. El suficiente como para alterar la realidad. ¿En qué momento el terrorismo pasó a ser un acto heroico? ¿Desde qué punto de vista se puede blanquear el asesinato con tal de agarrarse a la poltrona, aunque sea durante unos meses más? Si hace tres años Sánchez y sus acólitos (qué estómago) juraban que nunca pactarían con Bildu, ahora se normaliza a este partido como un elemento político de primer orden. Nada de marginalidad. Para eso está la derecha. Este PSOE se siente más cómodo en la mesa con exetarras que con concejales del PP, y el mensaje lo ha comprado buena parte del electorado, dispuestos a dejarse estafar como si sus vidas fueran un mercado persa.
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Hoy se presentan 44 terroristas a las elecciones municipales, siete de ellos condenados por asesinato. He leído durante esta semana (semana dorada del periodismo de opinión) que Bildu es un partido que ayuda a progresar a la sociedad, no solo vasca, sino murciana. ¡Quai! Estamos a un paso de dar las gracias en euskera por los casi mil muertos, si estos han servido para que jamás gobierne la derecha en ningún territorio del Estado. Un triunfo de la democracia, dicen, los mismos que persiguen el callejero en busca de posibles resquicios franquistas, que ven en la educación, en cada iglesia, en cada político del PP (para qué mencionar a Vox) el resurgir del fascismo, con lictores y fasces incluidos. Esta España convenida y desmemoriada, en la que se escupe la memoria de Adolfo Suárez, de los padres de la Constitución, de la Transición, está preparada para votar a asesinos etarras, a celebrar la fiesta de la democracia entre serpientes. ¿De verdad que hemos ganado nosotros?
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