Serrat somos

Apuntes desde la Bastilla ·

Este hombre con su guitarra es historia íntima de nuestros días, material sólido de la cotidianidad compartida, patrimonio existencial de cada uno

Quizá porque mi niñez sigue jugando en esa playa que es una canción, en una canción que es una época, un país. Más que eso: ... una nación, con sus ciudadanos y sus sentimientos, con sus victorias y sus derrotas, en invierno y en verano, donde duerme el primer amor que hemos tenido todos, en unos acordes que vaticinan la felicidad, los mil pueblos que hay desde el momento en el que uno escucha a Serrat, mientras conduce, hasta que conecta con su infancia, ese paraíso perdido y luminoso. Allí está un padre, un abuelo, colocando un vinilo en el plato para que la aguja haga sonar la melodía que juega con la marea, la mujer que espera tras la puerta, el primer amor, el último, en el instante mismo en el que aparece el amarillo en la genista, el taciturno que se acuerda de sus años dorados, ay, si un día, para el mal de todos, dejamos de escuchar la música de Serrat, empujad al mar mi barca porque este hombre con su guitarra es historia íntima de nuestros días, material sólido de la cotidianidad compartida, patrimonio existencial de cada uno. Serrat no es, queridos lectores. Serrat somos.

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No hay otro como él, y lo escribe alguien que hubo de escucharlo de pasada, mientras mi madre preparaba café o mi padre se vestía de curtidor para ir al trabajo por las tardes. Una banda sonora que siempre se ha oído en mi casa. Estática. Eterna. Como contemplamos las fotografías en los aparadores, las bodas y comuniones, los seres que ya se fueron y que nos recuerdan quiénes somos, quiénes seremos. Yo puedo decir sin miedo a la cursilería que vengo de varias canciones de Serrat, que cuando apenas contaba con unos días de vida, escuchaba ya el mar con su paso caprichoso en 'Mediterráneo', que mis padres calmaban mis llantos, mis primeros accesos de protesta y rebeldía, tarareándome 'Aquellas pequeñas cosas', que es lo que yo era, pequeño y frágil, por eso me protegían con sus brazos, sus besos y las canciones de Serrat.

Hablo del cantante que más ha hablado de mi vida, sin él pretenderlo. Su voz recorre mis días. No es vanidad. Es homenaje, que no es lo mismo. Ahora que ha pasado el tiempo, muchos de los temas que más he escuchado no me producen dolor, sino una delicada sensación de paz, de disfrute por el recuerdo. El verano siempre ha sido el territorio de mi felicidad. Nada malo sucedía en él, y cuando los días de Lorca se volvían turbios y quedaban meses para llegar a Águilas, escuchaba sus discos a todas horas. Anhelaba, nervioso, llegar a los pisos de las Delicias, el de mis abuelos, para ver a mi vecina del tercero, de la que pasaba de septiembre a junio enamorado furtivamente y julio y agosto escondido por miedo a hablarle. Se llamaba Lucía, y por supuesto, Serrat ya había previsto esa coincidencia. Fue la única canción que medio aprendí a tocar en la guitarra y ahora que a Lucía, mi vecina, le he perdido la pista, me gustaría decirle que vive, cómo no, en una canción de Serrat.

Defendió la risa contra la estupidez universal y habló en susurros al oído de la enamorada, de la de cada uno

Con él también aprendí a enamorarme de la literatura. Las primeras lecturas de Machado, otro habitual en mi casa, las hice a través de sus acordes. Me estremecía al escuchar, una y otra vez, 'Cantares'. Pensaba que el poeta sevillano había escrito sus versos de surtidores de agua y limones frescos teniendo al lado la voz del cantante catalán. Ese «volver la vista atrás» es en sí un libro de texto, un profesor entregado a sus alumnos, al noble oficio de enseñarle al mundo que las palabras importan, que son bellas y sirven para amortiguar los males de nuestros días. Sucedió lo mismo con Miguel Hernández, el poeta de las tres heridas. Pocas interpretaciones, vivas, apasionadas, tristes, como la de Serrat entonando que «la cebolla es escarcha, cerrada y pobre, escarcha de mis días y de mis noches». Cuando era estudiante en el Ibáñez Martín pensaba que junto a todos los poetas estudiados, debían incluir a Serrat, por pura justicia sentimental con lo que somos. Con lo que leemos.

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Hoy puede ser un gran día, por supuesto, para darle el premio más importante que los españoles conceden a los artistas, de dentro y de fuera. Serrat ha escrito los mejores momentos de nuestra vida, la de este país tan cansado y estúpido. Ha arrojado luz a los poetas silenciados. Ha hecho vibrar una lengua, la catalana, que se hablaba bajito, en unos años de censura y opresión. Serrat ha llevado el español más lejos que nadie y le ha dado el mayor prestigio posible. Hoy, el español es una lengua poderosa también porque Serrat la escogió para cantar, a pesar de que en su tierra se lo recriminen. Defendió la risa contra la estupidez universal y habló en susurros al oído de la enamorada, de la de cada uno, poco antes de que den las diez. Por eso queremos tanto a Serrat. Por eso Serrat no es. Serrat somos.

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