La semana pasada escribí un artículo titulado 'El manual de resistencia de Rubiales' en el que manifestaba mi opinión sobre el beso dado durante la ... celebración del título mundial. En líneas generales no me muevo apenas unos centímetros de la tesis del artículo y la trayectoria del personaje basta para confirmarlo. Rubiales no debió llegar al Mundial como presidente de la Federación. Las causas judiciales abiertas y la dudosa honorabilidad del mandatario en todas ellas (espionaje y derroche a cuenta de todos) avalan esta postura. El día de la final, su comportamiento manchó un día histórico para España, antes y después del beso. Sin embargo, veo necesario escribir otro artículo sobre el caso ante el devenir de los acontecimientos.
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Rubiales ha sido la cabeza de turco de una historia que viene de lejos. Y él ha colaborado hasta el fondo para cumplir la obra teatral a la perfección. No es un secreto que parte de este país estaba esperando al exfutbolista motrileño en un despiste para sentenciarlo, y un beso delante de millones de personas ha posibilitado esta quema conjunta en la que hemos participado medio país. Quema conjunta, sí, porque lo que hemos hecho ha sido un tribunal de la Inquisición en el que cada telespectador no ha opinado, como sería normal, sino que ha sentenciado a voluntad de unos sentimientos que no dejan de ser humanos, pero están muy lejos de ser ecuánimes.
El 'caso Rubiales' ha tocado la fibra sensible de España, como ya lo hizo antes el de la 'Manada', en el que llamaron machista al tribunal en primera instancia que resolvió no con la suficiente dureza que preveían algunos. Al igual que el verano en el que Juana Rivas, la madre coraje, decidió no entregar a sus hijos para esconderlos del lobo feroz de su marido. En aquellos días, las redes sociales y los políticos animaron al desacato judicial, escribiendo el hashtag #Juanaestáenmicasa. Meses después, ella era condenada a la cárcel por secuestro y se demostró que sus denuncias por maltrato fueron falsas.
Desconozco el recorrido judicial que puede tener el beso de Rubiales, pero resulta significativo que, con un pasado plagado de posibles delitos e incomodidades para la alta política, los organismos que mandan en este país se movilicen ahora. Descubren que Rubiales no puede estar ni un minuto más al frente del principal organismo dirigente del fútbol en España, como si lo hecho anteriormente supusiera una chiquillada de niño torpe. La maquinaria se ha movilizado en este momento no solamente porque besar a una trabajadora en público es indecente, sino porque es antiestético. Y he ahí el quid de la cuestión. En España ya uno puede ser corrupto (siempre que no sea del PP). Se tolera robar. Incluso matar. Los ejemplos de Bildu, cuyos políticos están más normalizados que los de la calle Génova, o el de Daniel Sancho, al que hemos convertido en mártir, dan prueba de ello.
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También Rubiales ha caído en las arenas movedizas de la política. Porque a estas alturas no podremos negar que esto se ha convertido en política. No sé en qué momento hemos normalizado que los mismos políticos que elaboraron una ley que ha beneficiado a más de mil violadores marquen la pauta de lo que es feminismo y no. Irene Montero y Yolanda Díaz no han dudado en vestirse de juezas (una vez más) y etiquetar el acto de agresión sexual o violación, olvidando que ha sido precisamente su partido el que ha convertido el exceso erótico en un arma política.
El 'caso Rubiales' ha derivado en una caza de brujas cada vez más habitual en nuestra sociedad. El propio secretario de Estado para el deporte animaba a crear un #metoo español, a denunciar casos de agresión o acoso. Me resulta terrible esta solución medieval, de quema en la plaza pública, omitiendo los juzgados, que es donde se dirime, en una democracia, el delito. El #metoo solo ha traído vidas rotas (Woody Allen, Kevin Spacey) y ataques impunes. A una mujer no se la debe creer por el simple hecho de ser mujer, como promulga el movimiento populista venido de Estados Unidos. Y si aspiramos a convertirnos en eso, sospecho que tenemos los días contados como Estado de derecho.
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Durante estas semanas no hemos hablado de los pactos de investidura, de la amnistía cocinada a fuego lento. España se ha parado frente a un beso. Los comisarios políticos que erigen la hoguera de las vanidades señalan con el dedo a todos aquellos que han guardado silencio. A Nadal lo ponen a los pies de la hoguera por su mutismo, a De la Fuente y a Vilda también los quieren enterrar por su complicidad y amistad con Rubiales. A él, que hace tres semanas ganó el Mundial. Todo el que duda, pregunta o se muestra prudente es sentenciado a la pira por machista, acosador y cómplice. El fuego no purifica las democracias. Al contrario. Las acorrala y las convierte en resquicios de arbitrariedad.
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