Mercedes

Para mí todos los días son el primero, el perfil griego que apareció de la nada, que revolucionó mi vida, el acento sevillano, el jardín filosófico

Hoy es esa mañana, Mercedes, en la que te despiertas sin prestar atención al reloj, en una habitación creada para reyes, con el vestido aún ... colgado en una percha, testimonio de un día marcado en el calendario. Ahora te desperezas, aún en la cama, sin las miradas de todos aquellos que ayer te observaban, que contemplaban tu silueta vestida de blanco, una sonrisa sincera como el aroma de las flores. Entra la luz en el cuarto. Crees escuchar los pájaros que revolotean el Alcázar. Recuerdas imágenes confusas, bajo el prisma de una luz que ya hiere de melancolía. Apenas han pasado unas horas. Bailabas, bebías champán. Hasta que llegó la noche. Y te acuerdas de esos versos que a mí me gusta recitarte de tanto en tanto, en la cotidianidad de nuestros días, cuando de repente los recuerdo al mirarte, la noche sosegada, o viendo una serie, leyendo un libro, en pos de los levantes de la aurora, esas pequeñas acciones que nos han ido construyendo a los dos, la música callada, día a día, conquistando nuestra parcela de paraíso en todas las ciudades en las que hemos vivido, la soledad sonora, haciendo de cada apartamento habitado un mundo primigenio, una conquista de la felicidad, la cena que recrea y enamora, hasta convertir los días en caminos de perfección.

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Quisiera hablarte de nosotros, de lo que hemos sido, de lo que seremos en el futuro, ese campo extenso del que no sabemos nada, que tendrá paradas de autobús a primera hora, horarios que convertirán nuestro desayuno en el tenso silencio antes de la contienda. Por eso me gusta citarte a Javier Marías tan temprano, para que te acuerdes de mí por los pasillos de tu instituto, para que pienses en mí mañana, durante la batalla. Sí, te hablaré de todos esos días que están por venir, ahora que me escuchas en la suite nupcial del Alfonso XIII, del viaje que haremos a Jerusalén, del café que nos tomaremos en Cuzco, con el mal de altura presionando nuestras cabezas, de la playa rojiza en la que nos bañaremos en Pantai Merah. De muchos más destinos, del románico del sur de Francia, Albi y Conques, de los silencios azules de Giotto salpicados por los pueblos Apeninos. Quisiera abarcarlo todo en esta mañana, mientras te miro, aún aturdida por la música de ayer. Confesarte que tal vez desearé marcharme de Sevilla en el futuro, probar suerte en Madrid, soñar con Roma, pero siempre a tu lado, porque tú eres esa ciudad en la que estar, en la que vivir a perpetuidad, junto a un río y la compra de los jueves para hacer la cena más especial.

Es a esta mañana, la de hoy, a la que no le tengo miedo. Lo confieso y sé que tú piensas lo mismo. Porque soy consciente de que la vida no siempre son viajes, ni velas encendidas en el restaurante de moda. Sé que habrá dolores, que serán menos si logramos compartirlos. Vendrán hijos con la bondad del amor compartido. Y con ellos las preocupaciones se multiplicarán. Habrá mañanas frías de hotel donde no estaré, salas de hospital, que serán menos estrechas con nuestro recuerdo. Sonará la canción de Sabina dentro de nosotros, la de 'Y sin embargo'. Hombres más atractivos que yo te mirarán al pasar por la calle y tú los mirarás también sonriendo, como haré yo, pero no miento si juro que daría por ti la vida entera, te dirás pensando en mí, mientras se escapa aquel delirio de un camino que no será el tuyo, ni el mío, porque estamos juntos y eso nos basta. Sí, Mercedes, la vida entera, sin necesitar un rato cada día de libertad, porque nosotros no exigimos al amor la novedad para sentirnos bien, y preferimos la melancolía de nuestros cuerpos al juntarse, como los erizos.

Es a esta mañana, la de hoy, a la que no le tengo miedo. Lo confieso y sé que tú piensas lo mismo

Cómo decirte, antes de que acabe este artículo, que cambió el mundo aquella tarde otoñal en Granada, hace ocho años, en los subterráneos de una facultad anodina, en los infiernos de un máster sin arte, cuando yo ya había dejado de leer a García Montero y tú acababas de llegar al mundo de la poesía. Que pasaron las horas como vendavales tropicales, que sin darnos cuenta cambiamos el nórdico por las sábanas finas, pero nunca abandonamos el espacio sagrado de nuestra intimidad, la habitación de la Placeta de Castillejos, esa república que construimos contra el dolor, la pena, la soledad, esa ciudad de piel y besos que son nuestros cuerpos, diferentes a los de hace ocho años, pero aún con ganas de seguir perdiéndose en los territorios más profundos del alma. Cómo despedirme diciéndote que para mí todos los días son el primero, el perfil griego que apareció de la nada, que revolucionó mi vida, el acento sevillano, el jardín filosófico, ese día que aún vive dentro de mí y que me hace, Mercedes, amarte despacio, porque eres una patria donde cobijarme.

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