Irene Montero, estación Termini
Llega a su destino final en el momento en el que todos juran no haberla conocido, no haber formado parte de esta fiesta macabra
No son gratas las despedidas, y en julio abundan, sobre todo en tiempo electoral. Más que abundar, el mes estival se ensaña con aquellos que ... lo han sido todo durante estos cuatro años y ahora no les queda ni un reflejo de dignidad. Que se lo digan a Irene Montero, la madre de todas las revoluciones, la mujer que ha agitado la sociedad española durante esta legislatura, a medio camino entre el terror revolucionario y la chapuza legislativa, más cerca de María Antonieta que de la turba de la Bastilla. Se acerca su tren a la estación Termini, al hangar de los adioses, de la irrelevancia política, el lugar del que, tal vez, nunca debió salir. Llega a su destino final en el momento en el que todos juran no haberla conocido, no haber formado parte de esta fiesta macabra que deja como símbolo de su gestión más de mil violadores beneficiados. Se acaba Irene Montero, habiendo abierto una herida difícil de cerrar en la sociedad española. Y con ella, se extingue un partido, Podemos, que prometió asaltar los cielos y que en cuanto ha pisado moqueta se ha transformado en la caricatura de lo que ellos mismos prometían combatir.
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El piolet que ha acabado con Podemos no ha venido de la derecha. A poco que uno haya leído las historias del comunismo (son muchas, sí, pero todas acaban igual) sabrá que la extrema izquierda sangra por la mano amiga, que basta dejar en un mismo corral a varios dirigentes podemitas para organizar una pelea de gallos, que los sueños, cuando peligra la hipoteca, sueños son, y con las cosas del comer no se juega. El espectáculo bochornoso de estas últimas dos semanas se ha visto recompensado con la caída de esos gigantes de paja que han formado el partido morado. Eran pocos los que quedaban vivos, tras las purgas de Pablo Iglesias, un hombre que aún sigue insuflando el espíritu de Podemos, a pesar de llevar muerto políticamente más años que el Cid. Pocos quedan porque todos saltaron del barco cuando este se hundía. Se había acabado el pastel. Lo supo Errejón, que ahora se ha asegurado cuatro años más de micrófonos y boutades, el enfant terrible de la política española, que va de paracaidista en elección tras elección, sin encontrar aún la fórmula mágica para que la gente lo haga ganador.
Y silencioso ha sido el piolet de Yolanda Díaz, otra que ha recorrido unos cuantos asientos hasta encontrar su espacio televisivo. Ella, con ese proceso de escucha universal y babélico, votó a favor de la ley del 'solo sí es sí', defendió a Irene Montero cuando esta se encerraba en su palacio de invierno, se negó a votar la modificación que ofrecieron el PP y el PSOE, más por dignidad con las víctimas que como solución. A todo eso se negó Díaz, vicepresidenta del Gobierno no por mandato divino, sino eclesiástico. Ahora jura no conocer a Irene, no reconocer sus políticas. Afirma (no ella, eso sería propio de la dignidad, sino sus lacayos, los que antes ponían velas en los altares de Podemos) que para realizar la enésima pirueta que la lleve a alcanzar sus cielos necesita a Montero lejos. Mismo perro con distinto collar, pensarán algunos. La extrema izquierda española lleva veinte años fagocitándose, destruyéndose, renaciendo y descomponiéndose. Y para cuatro años que han tenido poder, la película ha acabado como el final de 'El padrino'.
Porque conviene recordar, ahora que el tren se detiene, que uno de los actos fundacionales de Podemos fue rodear el Congreso para impedir la investidura de Mariano Rajoy. Su punto y final es aferrarse a él para no salir de sus despachos. No hay imagen más tierna en la política española que la de este grupo de revolucionarios estudiantiles que entraron con acné juvenil a la carrera de San Jerónimo y ahora salen temerosos de oler la calle, de escuchar el ruido del transporte público, pero con la vida hecha, pagada y con familia numerosa.
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Ahora parten otros trenes con destino corto. Los pasajeros son casi los mismos que los de este vagón que ahora se detiene y del que no puede salir Irene Montero. Ahí está ella, vetada por los suyos, arrinconada por la realidad, traicionada por todos los que le juraban lealtad y le sostenían el delirio en el que ha vivido estos años. Yolanda Díaz nos hablará de nuevos tiempos ante el epitafio de Montero. Nos dirá que España está a un mes y medio de convertirse en una dictadura, de las hordas de la extrema derecha, y usted sabrá que, a pesar del mal profetizado, la izquierda no ha construido barricadas y murallas. Más bien lucha como etnias africanas para no perder el sillón que siga, religiosamente, pagando la fiesta. Y los piolets afilados, porque el enemigo está en casa.
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