La 'influencer' y el fuet
Apuntes desde la Bastilla ·
Uno pensaría que los políticos no son nada sin las fotografías, al igual que la conocida 'influencer' se desvanecería sin imágenes que mostrarVeo en una red social que una popular 'influencer' acaba de ser madre. La noticia no me conmueve en exceso. Desconozco la trayectoria de esta ... mujer más allá de posar junto a productos de higiene íntima en playas caribeñas. Aparece de vez en cuando en mis muros como un caballo de Troya. No la sigo y ella no me sigue, pero tengo la sensación de que conozco su vida a la perfección. Al menos, esa parte de su vida vendible, dolarizada, la que muestra diariamente para monetizar su piel, sus días, sus intimidades. Acaba de ser madre y ha anunciado el momento con una fotografía que me espanta. Es una mezcla de bodegón y nacimiento de Navidad. Laico, por supuesto, no se vayan a enfadar la 'influencer' y los creyentes. En la imagen, la conocida farandulera posa con su bebé en brazos, a un lado de la cama del hospital. En la otra mano, porta un fuet de tamaño considerable. ¡Qué digo!, esa barra de carne es casi más grande que la criatura que acaba de alumbrar. Una escena no apta para veganos y animalistas. Tan inocente el recién nacido, tan indolente el embutido blandido como una espada para atravesar infieles.
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Le auguro una vida de éxito al bebé, por supuesto, que con apenas unas horas de vida, ya ha participado en su primera colaboración. Artista se nace, y no se hace, me decían mis abuelos, a los que les hubiera gustado que yo también naciese con un embutido bajo el brazo, y no el llanto afilado que me acompañó durante los primeros meses. La 'influencer', y esto es lo importante, está feliz de haber sido mamá. Su embarazo ha sido retransmitido en directo, milimétricamente. Alucinado por la imagen del fuet y el bebé, buceé un rato por su perfil. Ahí estaba su barriga, plana al principio, creciendo como un globo próspero, acompañado de productos vendibles. Toda ella es publicidad, llegué a pensar mientras comprobaba que la felicidad llega con un bebé y también con multitud de empresas que no quieren perderse el momento supremo del alumbramiento. Bien merece un par de anuncios el parto. Imagínese la primera comunión.
Vivimos bajo la tiranía de la imagen. En las últimas décadas se ha multiplicado en redes sociales la necesidad de mostrarnos al público, lo más transparente de nuestra identidad. Tal vez, si le hubiésemos preguntado a la 'influencer' hace un año sobre la posibilidad de vender las primeras horas de su hijo, se hubiese espantado, al igual que me espanté yo comprobando la longitud de la butifarra al lado de un ser tan indefenso. Pero en el momento de la verdad, la pela es la pela, claro. Y no solo eso. También la necesidad de mostrarse. La sociedad que nos cobija no sabe vivir sin la exposición. Ávida de contenido, nuestras vidas buscan otras en las que apoyarse visualmente. Ir a la Muralla China significa imitar la fotografía que ya hemos visto junto a los bloques de piedra, como visitar Pisa exige bailar el extraño ritual de las manos sujetando el aire. Imagínese contemplar la escena desde un punto diferente al del objetivo de la cámara.
Esto ha saltado a la política. Me divierte mucho observar las redes sociales de los ayuntamientos y rastrear concejales anunciando, qué sé yo, la canalización de una rambla o el acceso a la vivienda de cinco familias golpeadas por un desplazamiento de tierra. En un primer plano aparece el concejal, la concejala, de punta en blanco. Incluso posando para la posteridad, con perfil de estrella de Hollywood y ojitos a la cámara, mientras en un segundo plano se extienden los proyectos que se acaban de aprobar. Un amigo sabio me dijo que lo importante era salir en la foto, y para eso hay que valer, desde luego. Es un oficio exigido posar todo el día y parecer natural. Es un trabajo hercúleo anunciar una subvención al tratamiento de los purines y mirar al horizonte desafiante mientras la cámara atrapa el momento crucial.
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Uno pensaría que los políticos no son nada sin las fotografías, al igual que la conocida 'influencer' se desvanecería sin imágenes que mostrar. Esto no es nuevo. Las páginas del 'Hola' están llenas en su hemeroteca de nacimientos vendidos y felicidad hipotecada hasta el divorcio. Uno no es nadie sin aparecer en la pantalla del móvil. Se lo digo yo, que pasé horas enteras, el último otoño, poniendo caritas hasta que la pirámide de Ghiza quedase perfecta, con efecto cascada sobre la arena del desierto. Yo también he pecado, me confieso, aunque no he llegado a tanto como los concejales que sonríen tras la historia de los purines. Y sospecho que tampoco venderé la intimidad de un hijo frente a una barra de fuet. Cuestión de principios.
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