Graduados en Zihuatanejo
La paradoja de la educación reside en que es más fácil que nunca sacar un diez y a la vez resulta más difícil que nunca hacer la carrera que uno quiere
Ahí están todos subidos a la tarima, arreglados como si hoy fuese el primer día de sus vidas. Esos chicos que conocí escondidos tras una ... mascarilla, que entraron al instituto escoltados por medidas de seguridad, por saludos fríos con las cejas y golpes de codo, que para relacionarse, para conocerse, qué sé yo, para amarse, hubieron de infligir medio código penal, entre geles hidroalcohólicos y partes de conducta, esos chicos hoy se gradúan. La gente se muere a vuestro alrededor, les decíamos para que tomasen conciencia de la situación. Inculcábamos miedo a cambio de obediencia. Han llegado al final, una generación obligada a no salir de su casa salvo para tirar la basura y sacar al perro, coaccionada a desayunar sin moverse de su mesa, junto a los lápices y las faltas de ortografía. Dispuesta a convertirse en adolescentes sin haber tenido siquiera la oportunidad de ser niños.
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Las graduaciones siempre reúnen en un mismo territorio la melancolía de los años superados y el alivio momentáneo de no pensar en el futuro. Las chicas han sacado del armario sus mejores vestidos y ellos se anudan la corbata con incomodidad. Es su iniciación a la vida adulta. Dejan atrás los seis años de instituto y se emancipan de los cuidados de sus profesores. Salen del nido a un territorio sin señales ni red. Han pasado los últimos meses haciendo cruces en las paredes y descontando los días, como presos de cárceles norteamericanas. Este día señalado es su paraíso recobrado, la liberación de las cadenas. Llevaban escrito en sus cuadernos las playas del Pacífico que bañan Zihuatanejo, el lugar con el que soñaba huir Tim Robins en 'Cadena perpetua'. Y ya está aquí. Ya huelen el mar. Ya se le humedecen las manos con sal marina. Ya ha acabado todo.
Sin embargo, no dejo de sentir un regusto amargo de trabajo incompleto, de castillo en el aire que hemos construido entre todos. El instituto ha tenido mucho de mitología para ellos, aunque no puedan valorarlo en su justa medida. Aún les falta distancia para añorar estos días. Nosotros conocemos sus carencias, porque los profesores no hemos sabido llenarlas. Estos alumnos han sido víctimas de dos sistemas educativos (porque han vivido la transición entre dos leyes) igualmente frustrantes para la inteligencia y el esfuerzo. Han experimentado en sus carnes cómo esta educación ha buscado la igualdad en la ignorancia y no en el mérito y en el trabajo. Han sacrificado sus conocimientos en pos de una nota. Les hemos enseñado que en esta vida es más importante la estadística que la realidad, y no han tenido más remedio que nadar en la corriente para sobrevivir.
A mis alumnos les diría que no crean en fórmulas fáciles, que sigan trabajando duro y que no caigan en el desaliento
Porque la paradoja de la educación en la actualidad reside en que es más fácil que nunca sacar un diez y a la vez resulta más difícil que nunca hacer la carrera que uno quiere. Hemos bombardeado durante seis años a estos chicos que ahora sonríen en las fotos, subidos a la tarima, en el patio del recreo que tantas veces han recorrido y que hoy tiene aspecto de verbena ochentera, con notas de corte tan elevadas y exigentes que un solo fallo compromete su futuro. Han sufrido un modelo educativo injusto, cambiante dependiendo de la parte de España en la que han nacido. Durante este tiempo he visto alumnos inteligentes devorados por la ansiedad, que han pasado días sin dormir, incapaces de relativizar la importancia real de una nota. He presenciado cómo la autoexigencia ha consumado brillantes trayectorias y ha confundido el nivel real de cada uno de ellos. Les hemos vendido que el esfuerzo es la llave para el éxito y que todo está al alcance de sus manos. Pero es mentira. En la vida existe la derrota. Convivimos con ella cada día. Está más presente que el éxito. Y no los hemos preparado para aceptarla.
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A mis alumnos les diría que sean valientes, que no se queden con los titulares. Que no sean como esos marineros de la 'Odisea', que deben taparse los oídos para no caer rendidos al hechizo de las sirenas. Que no crean en fórmulas fáciles, que sigan trabajando duro y que no caigan en el desaliento. Que no se dejen llevar por los charlatanes, que no confíen ni en Alvises ni en Monteros. Les suplicaría, sobre todo, que sean ellos mismos, que no renuncien a la inteligencia, que estén atentos al peligro que se cierne, porque les han quitado las armas para defenderse, la cultura, la lectura, el espíritu crítico, capado por un sistema educativo que forma siervos, y no ciudadanos. Les pediría que no caigan en el desánimo cuando descubran que no existen los atajos. Que otro país es posible. Le recomendaría que no se fiasen de los políticos que prometen la felicidad, del que grita hasta ladrar. Les suplicaría que sigan buscando su Zihuatanejo particular, que aún les queda lejos, aunque ellos crean que está justo delante. Que nunca dejen de buscarlo. Que eso será lo más cerca que estarán nunca de la felicidad.
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