Apuntes desde La Bastilla

Cursillos prematrimoniales

El tono de la voz para pedir el voto podría compararse al de un nervioso enamorado hincando la rodilla en el suelo para ofrecer matrimonio a su amor

Domingo, 21 de mayo 2023, 08:48

Estos días ando envuelto en una espiral de amor y buenos propósitos, asistiendo a los cursillos prematrimoniales que tienen como objetivo convertirme en un excelente ... esposo. Son charlas sesudas, llenas de candidez y moralina, donde el amor está en el centro del debate, un amor inocente, a prueba de catástrofes y redes sociales, vecinas y deslices, donde todo se perdona con la sinceridad de la paciencia. Resignación es una palabra que nunca se ha dicho pero que está presente en cada conferenciante. Aguantar se convierte en virtud, llegados a un punto de monotonía y series de Netflix. Nos han hablado del árbol arrancado de cuajo por un huracán, un árbol de raíces profundas, volatilizado por las fuerzas de la naturaleza. En contraposición, ahí tienen a los hierbajos de carretera. Nada hay que los destruya. Ni el viento ni la lluvia. Ni siquiera la fealdad con la que conviven y de la que forman parte. Una bonita parábola para concluir el tratado de sexología cristiana.

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En las largas horas de contrición, pensé que la política se parece mucho a un cursillo prematrimonial. Estamos en campaña, y es difícil abstraerse, a pesar de los Evangelios y los milagros de Fátima. Mientras nos enseñaban los mandamientos del buen esposo, se colaba por la ventana el sonido de una voz metalizada, procedente de un anuncio electoral. Caray, no hay nada más humano que un político hablándole cara a cara a sus ciudadanos. El tono de la voz para pedir el voto podría compararse al de un nervioso enamorado hincando la rodilla en el suelo para ofrecer matrimonio a su amor. Tal vez no estemos tan lejos de presenciar cómo un político realiza ese acto de genuflexión en la acera electoral para jurar a su pueblo fidelidad y buen hacer. Hay partidos, incluso, que llevan en sus eslóganes un corazón. Nada comparable con la Cicciolina, la afamada actriz porno italiana que cambió el set de rodaje y las interjecciones por un escaño en el congreso de la República. En España no hemos llegado a tanto.

El amor en campaña es grandilocuente, excede los límites de lo físico. Resucita las grandes gestas bíblicas. Por amor los políticos prometen la lluvia, el incremento del nivel de los pantanos. Prometen bosques y criaturas celestiales habitando la naturaleza de nuestra España vacía, centrales eólicas y caballeros andantes fotografiándose a un módico precio. Por amor, las salas de cine se convierten en la tierra prometida, los supermercados en centros de ocio públicos, las vías férreas de nuestra geografía en un orgasmus subvencionado, los balcones transmutan en jardines babilónicos. Por compasión, los asistentes a los mítines aplauden las ocurrencias. Dinero para todos. Café gratis y con azúcar, hasta crear el reino de los cielos en estas cuatro paredes ibéricas, lleno de profetas subvencionados y sin trabajadores que construyan el templo.

Durante estas dos semanas, en contra de lo que escribía San Pablo a los Corintios, la vanidad se exhibe como un reclamo, se pavonean de los errores aquellos hombres y mujeres que no conocen más compromiso que el de sus nóminas –otra forma de amor económico–. Las campañas electorales sirven como cursillos prematrimoniales. Alguien, subido a una tarima, habla de forma intensa sobre el bien y el mal. Promete un futuro lleno de esperanzas, con hijos, colecho, lactancia compartida en biberones, experiencias comunitarias de felicidad rural. Son quince días en los que todo es posible. Uno escucha los mítines y cree oír el canto de las sirenas homéricas, las que atraían a los marineros hasta que se despeñaban en las rocas, pero ahí están las plazas y los auditorios, llenos a reventar, con su cerveza y bocadillo como reclamo, hablando de las soluciones del Mar Menor, el AVE, la delincuencia y el sexo de los ángeles.

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Separados al nacer, no hay tanta distancia entre la pareja que habla de su éxito matrimonial y el político que, al echar la vista atrás, ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Ambos venden una fórmula. Son oradores profesionales. Domadores de leones en circos ajenos. No es fácil hablarle a trece jóvenes parejas que están a punto de dar el paso crucial de casarse. Tampoco resulta sencillo comprometer el futuro de una ciudad, de una comunidad autónoma, a través de las promesas. Llegará el día de las elecciones y las urnas se abrirán, como el Mar Rojo. Hablará el pueblo y festejarán los nuevos gobernantes, como novios salidos de la iglesia, con las alianzas brillando en sus dedos anulares. Se besarán. En otra boda, de hace algunos años, a la salida de la sede del amor, recién abiertas las urnas, los invitados gritaron «con Rivera no, con Rivera no». Es otra forma de amar, por supuesto. Qué lástima que hoy nadie grite «con Otegi no, con Otegi no». Ya lo dijo San Pablo, que sabía de amor y campañas electorales: «El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta». Y mucho más en campaña.

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