Penalty lo chuto
Espejismos ·
Para que exista una víctima no solo es necesario un conflicto, sino también una desigualdad previa de fuerza, poder o mala feMe acuerdo bastante de Spinoza, de un tiempo a esta parte. Sus ideas sobre pasiones alegres y tristes son muy útiles para analizar nuestro presente, ... y seguramente cualquier otra época. Es recomendable tenerlas en mente para no caer en la tentación (tan –ay– marxista) de entender nuestra sociedad y nuestra política como un mero conflicto de intereses económicos y de clase que se dirimen en función de una correlación dada de fuerzas. Me acuerdo también del fantástico librito que un lejano discípulo suyo ha sacado hace poco: 'La época de las pasiones tristes' (Siglo XXI, 2020), de François Dubet, que explica cómo el odio, la desesperanza, la estéril nostalgia y el miedo se han convertido en siniestras palancas políticas capaces de hacer descarrilar –como en un pasado no tan lejano– nuestras democracias.
Si soléis leer este humilde espacio dominical, sabéis hasta qué punto soy capaz de dar la brasa con todo esto de las pasiones tristes: el nihilismo, la desconfianza y la nostalgia me producen una alergia aguda y la necesidad de compartirla con todos vosotros. Me temo que hoy se viene un nuevo capítulo de la serie, dedicado esta vez a la victimización histriónica o manipuladora. Nada que ver con el proceso de reconocerse como víctima de una injusticia o un abuso y buscar reparación. Pero nada, eh. De hecho, creo que debería existir una palabra nueva para esto.
¿Y por qué una palabra nueva? Para que exista una víctima no solo es necesario un conflicto, sino también una desigualdad previa de fuerza, poder o mala fe. Además hay grados, no es lo mismo ser víctima de una empresa de telefonía abusiva que de Charles Manson. La hipervictimización como arma no tiene en cuenta ni una cosa ni la otra: el objetivo es apropiarse a toda costa del capital moral que ostenta una víctima, pero sin el engorro de tener que sufrir una injusticia demasiado incómoda primero. Se crean situaciones surrealistas, entre la risión y la lache, con todo esto: las vacas sagradas de nuestra industria literaria, por ejemplo, quejándose recientemente de haber sufrido algo que llaman «la cultura de la cancelación» y la corrección política de las izquierdas, pueden ser un buen ejemplo. A poco que rasques bajo la 'noticia', ves que siguen encaramados a lo más alto del Parnaso, superventas con estrado, y que la injusticia que denuncian consiste en unas cuantas críticas en Twitter.
Pero no todo son risas, claro. En política, el pellejo fino suele ser un síntoma de venenos mucho peores. No hay nacionalismo que no exacerbe o invente las agresiones que sufre el país a manos de no sé qué enemigos de la patria, porque la pasión de la bandera suele ir acompañada de la plañidera. Luego las agresiones en sí pueden ser de muchos tipos, claro, algunas legítimas, otras cogidas con palicos y cañicas y otras directamente fabricadas en laboratorio, como sabe cualquiera que haya visto 'Ciudadano Kane' o a Santiago Abascal paseándose en campaña por Sestao.
Con todo, lo peor de este histrionismo victimista es lo que viene después, pues de un Pearl Harbour imaginario puede seguirse una Hiroshima real. Por si os habéis perdido un poco con tanta metáfora histórica gratuita: quien se percibe atacado injustamente abre la puerta a devolver multiplicada la galleta, sin reparar en proporcionalidades ni complejines de buenista. Al menos, esa es la explicación que le doy al culebrón político de nuestra Región a estas bajuras. El PP murciano, que fue incapaz de estabilizar el pacto de Gobierno que tenía con Cs, encajó la ruptura del mismo con ademanes de opereta: la moción de censura de marzo era un golpe de Estado (ya se sabe que para las derechas todo son golpes de Estado, salvo el del 36) contra la democracia en la Región que dañaba gravemente la legitimidad de nuestras instituciones. Comprar en represalia las voluntades de siete diputados tránsfugas y reformar la Ley del Presidente para permanecer en el sillón no es, para López Miras, arrastrar por el fango la imagen de nuestra Región, sino la justa reparación a que, como víctima, tiene derecho. ¡Los murcianos me dan la razón!, añade, mostrando unas encuestas. Y bueno, es que, a veces, victimizarse funciona, y en esta ocasión nuestro presidente se ha marcado el piscinazo perfecto en el área chica. Ni 'jogo bonito' ni pijos. Penalty lo chuto.
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