Digo vivir

El elefante y la caverna

Por las redes pasa todo lo que existe: noticias, bulos, millones y millones de palabras e imágenes. Y, ante tanta información, se impone la cautela de la duda

Lunes, 8 de diciembre 2025, 01:05

Por una parte, el pensamiento culto, reflejado en tratados, ensayos y otros escritos elevados, y, por otra, la filosofía popular, que muestran refranes, consejas, relatos ... y leyendas, dan cuenta de lo ilusorio que resulta el mundo circundante, ese que captamos a través de los sentidos, pero también por medio de la razón. De lo que puede deducirse la conveniencia de actuar con cautela y con las eficaces armas de la reflexión, porque los sentidos engañan a veces y la razón no siempre actúa 'razonablemente'.

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Digo esto a propósito de las múltiples fuentes de información de las que hoy disponemos, todas muy cercanas, fáciles de consultar, supuestamente honestas, escasamente controladas por una autoridad intelectual fiable y, en consecuencia, enormemente peligrosas para la verdad. Recurro, como apoyatura de lo anterior, al célebre 'mito de la caverna'. Platón lo incluyó, como una alegoría sobre el conocimiento, en su tratado 'La República', y, a riesgo de resultar innecesario, lo recuerdo aquí.

La escenografía habla de unos prisioneros rígidamente encadenados desde el nacimiento a la pared de fondo de una cueva. A sus espaldas arde un fuego, y, entre éste y los prisioneros, van circulando figuras humanas cuyas sombras se reflejan en la pared, sombras que, para ellos, que no han salido jamás de este lugar, constituyen la realidad. Cuando uno de los cautivos se libera y comprueba la existencia de los elementos de la naturaleza exterior y las figuras humanas, accede al conocimiento de la verdad y descubre que las sombras sobre la pared eran el reflejo incierto de una realidad exterior más auténtica. A su regreso, los compañeros rechazan la buena nueva de un mundo diferente del que conocen, y continúan en la ignorancia. Una alegoría que predica, entre otras muchas lecciones, la necesidad de la duda sobre las apariencias y la exigencia de una adecuada educación para comprender la realidad del mundo circundante y poder actuar correctamente desde el punto de vista político y moral en la sociedad.

Comparten las redes tanto gente ilustrada como personas en la más absoluta indigencia intelectual

En una transposición a la actualidad, las redes modernas, las pantallas, podrían asimilarse a la pared de la caverna platónica. Por ellas pasa todo lo que existe: noticias, bulos, diversiones, juegos, millones y millones de palabras e imágenes. Y, ante tanta información, se impone la cautela de la duda porque lo que llega a las pantallas lo hace sin control y tan abundantemente que atasca la capacidad de pensar, que debe realizarse sin prisas ni sobresaltos.

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Como apoyatura de esta reflexión sobre la verdad y la relatividad del conocimiento, traigo a colación una antigua e ilustrativa parábola. Recoge Eduardo Galeano en uno de sus impagables artículos, una fábula oriental atribuida a Rumi, pensador sufí persa del siglo XII. Una de sus incontables versiones refiere que había tres ciegos junto a un elefante. El primero le palpa el rabo y saca en conclusión que lo que tiene junto a sí es una cuerda. El segundo le toca una pata y deduce: es una columna. El tercero tienta la panza del animal y determina: se trata de una pared. En ningún caso se dan cuenta de que están junto a un elefante. Una de las lecciones es que la verdad, a veces, se compone de verdades parciales.

Toda fábula contiene una enseñanza, y la de ésta es que si percibimos de forma fragmentaria la realidad podemos sufrir un engaño a los ojos, como en el primer caso, y al sentido del tacto en el segundo. Esta sencilla parábola es una de las explicaciones más acertadas que he leído sobre lo relativo de la percepción sensorial y la verdad, porque cada uno de nosotros aporta su propia visión sobre el mundo. Pero la verdad suele ser mucho más compleja que las diversas aproximaciones del ser humano, lo que nos obliga a coexistir y elaborar consensos con las opiniones y reflexiones de nuestros semejantes y a aprender a resolver pacíficamente los conflictos derivados de las diferentes interpretaciones. Encontrar a personas que declaran estar en posesión de la verdad debe ponernos en guardia sobre su honestidad intelectual. Igualmente, abogo por el respeto a las opiniones disímiles, siempre que sean dignas de ser respetadas.

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Me he remontado a épocas pasadas para tratar un asunto no solo irresuelto sino de una inmensa complejidad, acentuada por la irrupción de grandes masas a esos modernos medios de comunicación que son las redes, compartidas tanto por gentes ilustradas como por personas en la más absoluta indigencia intelectual, y en las que conviven en pie de igualdad opiniones lúcidas con todo un cúmulo de insensateces.

Llegados a la modernidad, creímos que el progreso material nos traería igualmente avances en los viejos conflictos del ser humano consigo mismo y con sus semejantes. Parece, sin embargo, que habrá que seguir luchando porque esta tarea aún no está cumplida.

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