Es la estrella de la locomoción del momento. Fuera Mercedes y Alfa-Romeo, por decir, cuya exhibición años atrás provocaba sana envidia en Murcia y obstruía también los pasos de los humildes viandantes. Todavía se ven algunos, pero la moda manda. La nueva remodelación en el cogollo urbano exige algo arriesgado, dinámico, funcional, que se deslice raudo y sin contaminar y que muestre también la personalidad de sus usuarios. No crean los más ingenuos que tal vehículo es monopolio de adolescentes y jóvenes muy jóvenes. En la biología de la gozosa exhibición algo inconsciente, que nada teme, creo que son, en proporción, sus más fieles. Mochila en la espalda, vaqueros ajustados, deportivas de lo más 'fashion', y pelo ondulante bajo el casco (quien lo lleve), esta especie de centauros urbanos pespuntea las áreas viales sin piedad, a toda leche, desafiando al resto de las edades y especies, sean lactantes en sus carritos y abuelitas que los conducen, sean perros con o sin pedigrí, sean concertistas ambulantes. Pues el patinete planea y vuela más que rueda y, claro, si planea, se sale del circuito escrupulosamente marcado en el suelo por la autoridad competente. No sé si ya habrá habido algún percance, pero está al caer. No soy agorera gafe, soy realista. En cualquier momento, esas ruedas van a enredarse con las correas de los canes, más si son dobles, pues ahora lo más 'in' es ser paseado por dos de ellos, mejor si son bulldog y akita japonés. Pues no es el humano quien conduce a los perros sino al revés y ellos, orgullosos, lo saben. En caso de atropello, no tengo ni idea qué pueden reivindicar los presuntos irracionales al usuario del patinete.
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Curiosamente, hay otra franja biológica forofa de estos vehículos. La de mediana edad, la fronteriza con los cincuenta, la más peligrosa. Y en su mayoría varones y ejecutivos. Lo segundo, lo deduzco. Impecablemente vestidos, sacan uno de sus pies al relente matutino, para clavarlo en el asfalto y dar impulso mientras que la otra pierna permanece solidamente apostillada en la plancha metálica sosteniendo una anatomía cuidada y disimuladamente retadora. Una cartera grande de buen cuero y de diseño, suele reposar entre sus pies mientras sus manos pilotan el artilugio que, en este caso, no necesitará mucho esfuerzo pues sus motorcillos ocultos lo dan todo. Estos caballeros suelen prescindir del casco, lo he observado, para que luego digan de las damas de toda edad. Así presumen de cabello, níveo resplandor, abundante y con el mismo patrón estético todos ellos. En fin. Son más respetuosos que los jóvenes a las señales viales, eso sí.
Vengo a decir, con todo esto, que los patrones de convivencia que articulan nuestras ciudades actuales transitan a toda velocidad por esta nueva década del siglo en curso y hay que adaptarse a ellos. El patinete es la prueba. Ha venido al relevo de la clásica bicicleta, que paulatinamente se va mostrando demasiado discreta y algo vergonzante frente a algunos de sus rivales. Siempre las habrá y es admirable la iniciativa oficial de procurarlas y de fijar sus puntos de anclaje para el mayor orden urbano. Todavía muchísimos jóvenes, sobre todo si son universitarios, y algún adulto, van en bici. Pero el patinete despunta. Claro que, como casi todo en esta vida, hay varias clases y modelos de patinete. Los más sofisticados no están al alcance de cualquier bolsillo. Ni para surcar la huerta, que de esto podría hablarse otro día. Están para que, si me da el capricho, me suba yo a uno de ellos con la feliz imprudencia de mi edad y, de un tacazo, vuele desde la estatua sedente de nuestro Alfonso X hasta la Puerta catedralicia de la plaza de la Cruz. Qué placer, qué sensación de ingravidez. Sin duda, corro peligro de estrellarme, pero espero caer en los brazos compasivos de algún ejecutivo presto a atenuar el descalabro.
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