El viaje de la vida

Vivir y viajar también es pararse y escuchar el intenso latido de la tierra y Manuel es un observador nato que no deja ni un solo detalle al margen

Miércoles, 5 de julio 2023, 00:45

Acabo de leer de un tirón uno de los últimos libros de Manuel Moyano, titulado 'Polvo en los zapatos', y reconozco que me he impresionado, ... aunque yo no sea un buen aficionado a los libros de viajes ni a la literatura de carácter antropológico, tal vez porque solo acepto el relato puro, la ficción esencial, como si concibiera la existencia como una experiencia única para conocer el misterio de las cosas, la verdad de los seres humanos y el secreto de la vida, en cambio, Moyano encuentra en este devenir un pretexto para hacer un viaje, a veces el mismo viaje, a veces consecutivo, y contarlo, toma lápiz y papel y se entrega a ello con una pasión desmedida, a pesar de que este cordobés no es en modo alguno un cordobés típico, sino que todo nos lo cuenta desde la razón y el pensamiento, con cierto orden y un desarrollo lineal, de hecho, este libro es el resultado de un concienzudo diario que le encargara en su día para el diario 'La Opinión' Ángel Montiel y que fue apareciendo en sus páginas a lo largo de los años 2018, 2019 y 2020.

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Manuel Moyano repara en los aspectos más anodinos y en apariencia superficiales, aunque se halle en latitudes tan exóticas como Tailandia o África y quizás por eso da la impresión de que su lugar en la tierra es el mundo y de que todo lo que en ella late le es interesante: «Echo de menos tener alguien a mi lado con quien comentar lo que veo, pero mi soledad no es absoluta; de algún modo estoy comunicándome con un futuro lector para quien voy tomando notas».

A esto me refiero cuando escribo el título de 'El viaje de la vida', porque el escritor nacido en Córdoba, criado en Barcelona y afincado en Molina del Segura se pasea a lo largo de las páginas bien escritas y contundentes de esta obra como un paseante por el mundo, con la solvencia y la firmeza de quien lo ha previsto todo y sabe que, pase lo que pase, disfrutará con la hazaña de cada experiencia, por muy anodina o arriesgada que ésta sea, en solitario o acompañado de su esposa Teresa, dando cuenta en cada momento del suceso del mundo con la curiosidad del que parece concernirle todo, que es, al fin y al cabo, la actitud del verdadero viajero: «Soy testigo de un drama que ocurre a tres palmos de mí... en un orificio del marco de aluminio blanco de la ventana... se ha instalado una araña... y ahora tiene agarrada por la pata trasera a una mosca».

Esa curiosidad entomológica provoca en el lector una sorpresa constante, porque la narración del diario procede también no solo de la constatación de la realidad, sino de la elección en cada caso del texto procedente y de las criaturas adecuadas hasta el punto de que nunca nos aburrimos con su narración, y de eso va la literatura, del pasmo constante del que lee, del descubrimiento de un universo único y personal, que antes de hallarlo en la ruta, parece que lo llevara siempre con él, como si Manuel Moyano anduviera el camino e hiciera el viaje de la vida cada día, de tal forma que de vez en cuando se detiene el viajero y medita sobre el sentido último y profundo de lo más elemental: «Dejo el coche junto a una panadería y camino hasta el río para tumbarme bocarriba en un banco de madera carcomida. Escucho el rumor de la corriente, el gorjeo de los pájaros». Porque vivir y viajar también es pararse y escuchar el intenso latido de la tierra y Manuel es un observador nato que no deja ni un solo detalle al margen y este rasgo en el género del diario me parece fundamental.

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Acaso el libro merezca un mayor reconocimiento y una atención especial porque es el fruto de la observación minuciosa y de la reflexión detenida de un escritor destacado que vive entre nosotros.

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