Algo que decir

Viajar

Irse para volver de nuevo al punto de partida no parece muy inteligente ni muy aventurero. Y, sin embargo, en eso consiste un viaje

El verdadero viajero no conoce su destino, de hecho ni siquiera le interesa llegar a ningún lugar concreto, tal vez porque su propósito real, su ... auténtico viaje, está en el camino, en esa sensación de libertad y azar que te ofrece el espacio que todavía no has visitado, la gente que no conoces aún y las emociones inéditas que están por llegar; el verdadero viajero es un degustador de vida y de tiempo, aunque en el trayecto se tropieza con un atascaburras delicioso y una olla que portaba en su sabor las emanaciones de una memoria infantil, de aquella olla que hacía mi abuela Rosa para sus hijas y sus nietos algunos domingos de mi infancia, y esto fue en Ayna, en un bar donde era posible comer y donde dimos buena cuenta de estas dos delicias, una fuente con tomate de la tierra, aceite y sal, unas costillas de cordero a la brasa y de postre, unas torrijas que no olvidaremos Mariloli y yo. No había finezas en la mesa, ni manteles de hilo ni vajilla de porcelana, éramos tan solo dos personas con hambre y enamoradas, con un paisaje de fondo donde abundaba la tierra, los pinos y los almendros, y un cielo que estuvo presagiando lluvia pero que apenas llegó en el último día.

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Había reservado yo una habitación en la posada Peñarrubia y no nos esperábamos un habitáculo vulgar e incómodo, porque el viajero siempre busca exclusividad, un fuego generoso en la entrada de la venta donde lo esperan con una jarra de vino y un plato de jamón y pan en una mesa, pero en ocasiones no ocurre, no hay tipismo ni aventura porque no siempre la merece. Dormimos mientras caía la lluvia mansa en el exterior sobre los olivares de la sierra, ajenos al frío y a la humedad y, a la mañana siguiente, ya más repuestos de la decepción y descansados, desayunamos tranquilamente junto al resto de los viajeros en el comedor de la entrada y empezamos a ver las cosas de otro modo. Nos pusimos de acuerdo en la ruta que seguiríamos y decidimos echar por Lietor, del que tanto y tan bien nos habían hablado.

Hay un momento crítico en cada trayecto, o varios, un momento en que a uno le gustaría regresar al punto de partida, volverse a casa, no sé si porque tiene miedo o porque lo echa de menos todo; es un instante de angustia, de caída en el vacío y es cuando uno lo encuentra casi todo mal: la cama de la posada es dura, el aseo precario, no hay suficiente ropa para pasar la noche, pero al día siguiente sale el sol y el paisaje sombrío se torna en un amanecer de escándalo, porque en el fondo uno siempre se va para encontrarse, con uno mismo o con otros, con la persona que lo acompaña o con los que hallará en el camino. Pero a veces lo que ocurre es que se pierde, al menos por unas horas, o eso me pasa a mí, que siempre me pierdo en todos los viajes, aunque siempre también acabo por encontrarme, porque quizás esa y no otra sea la causa de cada uno de nuestros viajes, perdernos y hallarnos de una forma repetida hasta regresar al fin, siguiendo el camino a la inversa, como si no hubiera pasado nada o lo hubiera pasado todo. Porque un viaje es también el descubrimiento de una verdad y de algo así jamás volvemos de igual manera, por eso sentimos que nos cae el cansancio de golpe cuando damos la vuelta y enfilamos la dirección a nuestra casa. Hemos fatigado durante horas las carreteras con demasiadas curvas de la Sierra del Segura, hemos paseado por sus pueblos, con una orografía agotadora, por calles empinadas y duras, y hemos dado muchas vueltas hasta encontrar el sitio al que íbamos y, solo cuando llegamos, cuando nos disponemos a entrar en nuestro garaje, caemos en la cuenta de que el lugar que buscábamos, el destino real de nuestra odisea lo tenemos enfrente, porque es nuestra casa, y de que lo hemos encontrado ya.

Irse para volver de nuevo al punto de partida no parece muy inteligente ni muy aventurero. Y, sin embargo, en eso consiste un viaje.

Seguiremos soñando más adelante con nuevas salidas, con otras andanzas y correrías, con la excitación de nuevas empresas y nuevos puentes para volver a casa como si fuéramos otros y el viaje nos hubiera cambiado del todo y para siempre.

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