Desde hace unos años ya siento que se me están yendo personas que eran muy importantes para mí y sin las cuales me estoy acostumbrando ... a estar en el mundo, quizás porque una de las cosas más sorprendentes de la vida es la facilidad con que nos habituamos a la desaparición de los otros, aunque hayan tenido una importancia destacada en nuestras vidas; puede parecer una crueldad, pero el mundo no se mueve ni un milímetro cada vez que muere una persona, cada vez que se va alguien al otro barrio. He venido notando la ausencia de amigos, compañeros y familiares muy cercanos sin los que me habría parecido casi imposible pasar hace unos años, pero ya no los veo a diario y no parece que haya ocurrido nada. Abro el periódico, me abordan en el trabajo o me entero en la calle de que tal profesor, tal escritor o cualquier individuo más o menos cercano ya no lo veré nunca, porque inexplicablemente se ha ido de aquí, se ha esfumado, ha tomado otro rumbo y no volverá jamás.
Publicidad
Así ocurrió con mis cuatro abuelos y con mis padres a los que tanto quise, y durante algunos días me pregunté por el sentido de todo esto, como lo he hecho cuando ha muerto un compañero cualquiera o me han anunciado el deceso de un conocido. Sé que a todos nos produce una gran extrañeza, porque de pronto caemos en la cuenta de que ya no oiremos su voz ni veremos su rostro, de que ya no estará con nosotros nunca y no podremos cruzar unas palabras con él; lo vimos hace unos días, lo saludamos con todo el agrado que nos provocaba su presencia y nunca imaginamos que sería la última vez, y cuando llega el postrer latigazo, nos ponemos metafísicos y nos preguntamos por qué, aunque es muy posible que también él se lo ande preguntando todavía en el sitio a donde haya ido, sea cual sea ese sitio.
Los que nos quedamos solos nos cuesta mucho trabajo llenar esos huecos a diario y, aunque en ocasiones simulemos hablar con ellos como si estuvieran vivos aún, no podemos deshacernos de un vacío que es también una sequedad del alma y una rabia contenida e íntima. Aunque puede parecer que voy de tópico en tópico y que lo que escribo no tiene nada de novedad, les advierto a ustedes, sobre todo a los más jóvenes, que todo esto no tiene ni puñetera gracia y nos coloca a todos en el último tramo del camino. Durante años vivimos ajenos a todas las preocupaciones y cuando pasaba una desgracia, no acabábamos de otorgarle la importancia y la gravedad que el asunto requería, porque la muerte no es nada antes de los sesenta, como no son nada tantas y tantas cosas. Pero cuando se ciernen las aves carroñeras de la enfermedad y acucian los años, uno advierte que todo esto va muy en serio, recuerda las palabras de sus mayores y comienza a repetirlas como un mantra, como una insistente y desagradable melopea.
Los mazazos de las personas que se van para no volver se hacen habituales y suenan como los dobles fúnebres de las campanas del pueblo cuando tocan a muerto y nos acordamos de aquel verso de John Donne: 'Las campanas doblan por ti'.
Publicidad
Sé que es primavera y que me estoy poniendo dramático en exceso, casi lúgubre, pero a veces no tenemos más remedio que encarar la verdad y mirarla de frente, echar mano de la memoria y acordarnos de un rostro, de unas palabras, de una amistad que se desvaneció sin pedir permiso. Así nos hemos ido quedando sin mucha gente que eran nuestros compañeros de vida, a los que muy a menudo echamos de menos porque el hueco de su cuerpo y de sus palabras sigue junto a nosotros a la espera de su regreso. Cuando paseamos, abrimos un libro o nos ponemos a escribir a media tarde pensamos en ellos y, como los toreros, les brindamos nuestra faena, porque nos damos cuenta de que de una manera paulatina nos estamos quedando solos, al menos sin aquellos con los que contábamos para el resto de nuestros días.
Y tenemos miedo, claro, pues el miedo permanece inalterable a nuestro lado desde el primer día que nos enteramos de que no seríamos eternos, de que esto tan bueno, tan divertido y tan placentero que nos rodea no es para siempre lamentablemente.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión