Pensamos de una manera equivocada que un pedante solo es aquel que cita a Cervantes mientras tomas un café a su lado, echa mano con ... frecuencia de latinajos en su conversación y siempre tiene una frasecita brillante para cada momento.
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Hemos creído siempre que saberlo todo sobre lo último, estar al día en el ámbito de la cultura, de la tecnología o de la política (si es que esto puede hacerse) nos convertía en otras personas y con eso se nos concedía el derecho a presumir, a situarnos por encima de los otros porque pertenecíamos a un ámbito distinto y era justo que lo hiciéramos notar de algún modo.
Pero yo he conocido, aunque parezca mentira, pedantes de pueblo y de campo, insoportables pedantes de discoteca, que pretendían bailar mejor que nadie y que encima te imponían su disciplina de mentecato, su teoría refrita y aburrida; pedantes del andamio que te colocaban su discurso sobre política internacional o sobre planos imaginarios de viviendas imaginarias, si te descuidabas, sobre cualquier extremo de la cotidianidad más elemental; pedantes del pueblo, que de un modo constante debían parecerlo más que nadie para que todo el mundo los identificara al instante y ser de pueblo más que nadie, más que tú, por supuesto, a fuerza de exagerar en el lenguaje, deformar las palabras, tensionar las expresiones y fantasmear sin cuento hasta el punto de convertirse en seres extraños, caricaturas deformadas, peleles que no encajaban en su lugar de siempre.
Hay una larga lista de engreídos que abarcan todas las materias, desde los que son capaces de identificar la procedencia de un vino o de una cerveza y nunca se cortan en decirlo hasta los que desprecian ampliamente la sabiduría enológica y no les importa servirse de un cartón barato del supermercado; desde los que afirman haber comido la mejor carne en un restaurante sublime en Australia hasta los que aseguran que antes de ir al Bulli se ponen hasta arriba en su casa de pan y embutido, porque saben de muy buen tinta que en el restaurante famoso pasarán hambre por mucha ostentación gastronómica que les ofrezcan; desde los que prefieren leer a un poeta checo en una edición bilingüe donde puedan consultar el texto original, a pesar de no entender ni papa de la lengua centroeuropea, hasta los que no permiten que se les llame bajo ningún concepto poetas cultos porque su vanidad es escribir literatura sin saber escribir; y yo afirmo haber asistido a comidas de pueblo en las que los comensales podían terminar batiéndose a duelo por un quítame allá esas pajas e intentar convencer a sus oponentes de que en el arroz no es adecuado un sofrito tradicional de ajo, tomate, pimentón y carne, porque su particular regla culinaria imponía que todo fuera natural y en crudo.
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Esa es la peor de las pedanterías, la que se empeña en no serlo y hace de esto un mero postureo, un alarde, porque nos cuesta mucho trabajo adaptarnos a la naturalidad, a la sencillez y al sentido común y, a cambio, tenemos que dar la nota de una forma o de otra, vistiendo con excentricidad o de un modo estrafalario, adoptando los gustos y las modas de los que aparentan que saben, de los que imponen la bandera de la juventud y de la originalidad a toda costa y andan por esas redes de Dios vendiendo sus productos al mejor postor y enriqueciéndose; a los que oyes de continuo muy cerca de ti, en tu trabajo, en un bar o en una reunión de conocidos y siempre parece que lo saben todo como aquel compañero de instituto que, cuando íbamos a tomarnos algo a la cafetería, solía ilustrarnos de una forma amplia acerca de cualquier extremo, y lo mismo le daba el motor de inyección, la moda en el vestir, la evolución de los precios de la vivienda o las preferencias culinarias. De hecho, jugábamos de un modo tácito a proponer un tema cualquiera, el más inusual, y aguardábamos a que en un momento o en otro nos diera su opinión al respecto, porque rara vez se callaba en un trance así. Nos vengamos sibilinamente de él al final cuando descubrimos un día a su mujer comiendo en un restaurante con otro hombre y no le pedimos nunca su opinión sobre este hecho. Supongo que no habría estado de acuerdo del todo pero quién sabe...
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