Algo que decir

Orgullo

Si hemos aprendido algo es que la palabra es nuestra única arma, y la palabra orgullo lo resume todo

No se me hubiera ocurrido nunca una palabra más adecuada para representar el sentimiento de lo que se celebra cada año el 28 de junio, ... ni los colores diversos que acompañan el lema y decoran las banderas. Ha sido tal el acierto que ni siquiera es necesario añadirle el complemento para que todos sepamos de qué presumen los que llenan las calles y celebran su alegría, de qué presumimos los que vivimos en este mundo con un sentimiento de solidaridad y de honradez, sin hacer distingos entre unos y otros, colores, ideas o razas y, por supuesto, también condiciones sexuales. Aunque ha sido un camino muy largo que también los convencidos desde el primer paso hemos tenido que recorrer con fatiga y sin lustre, haciendo caso omiso de los que se reían, nos perseguían y nos hacían burla desde aquel primitivo maricón el último que nos decíamos de pequeños por cualquier cosa hasta este respeto inalterable que no discute nadie ya y que resulta tan natural como todos los derechos.

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Nos molesta el que no es igual a nosotros, el que se sale del grupo y muestra una identidad diferente, el raro, así que aquí reside el problema, porque en la Grecia de Platón el raro podría ser el que no tenía a mano un efebo para llevarse a la boca, ese amigo tierno para las confidencias nocturnas y las especulaciones frente a las esferas del cielo, el que no tenía un discípulo al que enseñaría los fundamentos del amor y los secretos del cuerpo. Cada sociedad tiene su canon en cada tiempo y sus divergencias y su moral, y el de hoy, este en el que vivimos, también los tiene, porque las costumbres se basan en un código bien formado que hemos ido creando con los años.

Por fortuna en estos tiempos que vivimos el espíritu libertario y desprejuiciado impregna para bien los comportamientos y las mentes y ya hay bastantes cosas que no podemos decir y que a veces ni siquiera pensamos, pues nos hemos limpiado de las viejas lacras del sexismo, el racismo y otros tantos ismos denigrantes que ya no defiende nadie ni en broma, porque están fuera de nuestra cultura. La civilización avanza con lentitud pero avanza de una manera inexorable a golpe de cultura como siempre.

Hubo un tiempo en que una cosa es que no se castigara a los diferentes y otra que se les permitiera serlo; después pasamos a la tolerancia, a la permisividad, y ahora estamos ya en pleno disfrute de nuestros goces y de nuestras ideas, porque nadie puede entrometerse en ellas y porque ni siquiera le está permitido hacerlo, es muchas veces ilegal, tenemos leyes contra el odio y contra los que lo propagan, como no las ha habido nunca, porque tener gustos heterodoxos y que te castiguen por ellos no parece muy civilizado, de lo contrario deberíamos hacer una revisión exhaustiva de la historia e ir borrando de sus páginas a algunos centenares de grandes hombres y mujeres y a lo mejor llegábamos en esa tarea réproba hasta nuestros primeros padres, no bíblicos, sino darwinianos. Porque yo no menearía mucho el asunto de la pureza, de las razas, de los sexos y de los colores de la piel a no ser que tengamos tanto miedo como para defendernos con violencia antes de que nadie nos ataque, porque el que da el primer golpe se asegura vencer, aunque para ello tenga que matar al otro de una forma impune.

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Si hemos aprendido algo en todos estos siglos de lucha es que la palabra es nuestra única arma, y la palabra orgullo lo resume todo, al menos en lo referente a la lucha por una libertad sexual inevitable, por una justicia entre las diversas condiciones que terminen igualándonos a todos y concediéndonos ese nivel de grandeza y de magnanimidad tan cercana al ser humano y tan natural a su condición. Porque, en realidad, el hombre y la mujer rara vez han solicitado para ellos nada que no merezcan como especie.

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