Algo que decir

No hacer nada

No es fácil quedarse quieto e inactivo, reprimir los deseos de actuar y dejar que el mundo y la vida sucedan al margen de mi voluntad

Miércoles, 20 de diciembre 2023, 00:22

Recomiendan los expertos en terapias que pretenden la paz del ser humano, el alivio de su interior atormentado y estresante, el ejercicio no siempre sencillo ... de dedicar al menos una hora del día a no hacer nada, a no pensar en nada, a dejarse llevar por el vacío de la imaginación y del pensamiento, como si dejáramos de existir en esos sesenta minutos de parón vital. Parece fácil en principio pero no lo es tanto, tal vez porque estamos hechos para no detenernos en todo el día, para llevar a cabo una actividad constante que nos depare alguna clase de recompensa o de éxito; mujeres y hombres faenando sin cesar, con la mente entretenida en cualquier cosa, haciendo proyectos, montando negocios, meditando sobre esto y sobre lo otro y dispuestos a emprender alguna empresa, intelectual o material. No podemos estar parados, mi padre decía esto y enseguida me miraba para comprobar que estaba realizando una tarea y, por lo tanto, me mantenía ocupado. De hecho, hubo veranos en los que me obligó a madrugar todos los días, aunque no tuviera ningún trabajo previsto, para acompañarlo a la huerta al menos, porque no concebía que su hijo se mantuviese ocioso, aunque mereciese la tranquilidad del cuerpo y del espíritu después de un curso de riguroso estudio y de éxitos académicos incontestables.

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A veces pienso que debería pararme y no hacer nada durante un tiempo largo, relajarme y dejarme ir como un barco a la deriva o como cuando éramos pequeños y hacíamos el muerto en el río o en la piscina, y esta idea me consuela de mi remordimiento interior y profundo por todas las cosas que no he podido culminar, por los negocios y proyectos que no llevo a cabo o que me he dejado abandonados en el camino. Porque, lo quiera o no, me gana la insatisfacción y una punta de ansiedad por todo aquello que podría abordar y que prefiero posponer como un perfecto procrastinador, aunque me alcance la mala conciencia y cargue cada día con el estigma de no abarcarlo todo, de no consumar mis expectativas y con esto no cumplir del todo mis sueños.

No hacer nada es como una pequeña muerte pero en positivo, pues mientras uno se queda inactivo tiene la impresión de que también su cuerpo deja de ser y, sin embargo y al mismo tiempo, es una especie de depuración mental y anímica que nos libera de la tensión constante del pensamiento. Descansamos porque no tenemos nada previsto, porque hemos conseguido desviar la responsabilidad hacia otra parte y, de paso, hemos alejado la culpa de nosotros. Ser libre y ser feliz tienen bastante que ver con esta experiencia, una suerte de nirvana inesperado que nos encontramos de repente, aunque para esto hayamos tenido que luchar contra nuestros deseos primitivos e irreprimibles de hacer algo, lo que sea.

No es fácil, y menos para mí, quedarse quieto e inactivo, reprimir los deseos de actuar de cualquier modo y dejar que el mundo y que la vida sucedan al margen de mi voluntad. Tal vez por esto siento una verdadera admiración por los que se detienen y contemplan lo que les rodea con la paciencia de aquellos viejos sabios que miraban las estrellas y especulaban sobre el universo, de los que por cierto procede toda la ciencia posterior, toda la sabiduría.

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A lo mejor el secreto consiste en vaciarnos del todo durante unos minutos o unas horas y volver a empezar de nuevo como si nada, como el que despierta de un sueño de un par de horas y se encuentra mejor, descansado y pleno.

En realidad, es lo que he intentado hacer toda mi vida, quedarme quieto y no hacer nada.

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