Algo que decir

Ferias del libro

El mundo exclusivo de la palabra también tiene derecho a su pequeña parte de apariencias; estamos en el tiempo de la imagen

Miércoles, 25 de octubre 2023, 00:13

No sé por qué nunca me han gustado las ferias del libro, es posible que la razón se halle en mi escaso éxito de ventas. ... He ido a muchas de las que me han invitado, tal vez este otoño vaya a Madrid con mi nuevo poemario, pero nunca me encontré a gusto ni en mi sitio. Sé que son muy necesarias, que ayudan a divulgar y a vender los libros, que relacionan a los autores con otros autores y con el público y que, aunque nunca lo admitan los libreros, siempre se obtiene beneficio comercial en ellas, porque sin beneficio comercial la literatura no prospera, pero me resisto a admitir que eso es todo.

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Aunque hace unos años dirigí con algún éxito una feria en Murcia y guardo un grato recuerdo de aquellos días, aun así sentarme detrás de mis obras en un espacio público a la espera de que los lectores lleguen, compren algún ejemplar y me vayan pidiendo que se los firme es como una especie de sueño que no parece cumplirse nunca, y que con el paso lento y aburrido de las horas termina convirtiéndose en una pesadilla. No es un acto natural permanecer en la caseta con los libros expuestos, como si entre el hecho de haberlos concebido y la circunstancia de venderlos ahora mediase una distancia enorme. O tal vez porque mi naturaleza no incluye las virtudes del buen vendedor y no creo que en mi obra haya ningún elemento que atraiga en especial tanto como para mover a una persona a desembolsar una cantidad de dinero para obtener a cambio el objeto que se ofrece en la feria. Entonces es posible que no me gusten las ferias porque las uvas están verdes como en la fábula, pero incluso así, entendiendo los motivos, nunca fui a ninguna de buen grado y nunca creí que hacerlo fuera un mérito. Vender más o menos ejemplares me ha parecido importante para los demás, aunque en mi caso no haya sido muy relevante.

Era Cela el que decía que él no ayudaba a vender sus libros al editor porque el editor no le había ayudado a él a escribirlos. A pesar de la enorme distancia entre el novelista gallego y yo, esta afirmación me identifica sin duda, pero también creo que he huido siempre de un exceso de exhibición porque mi naturaleza tímida nunca ha estado bien en estos casos. Por fortuna, las ferias y los encuentros de libreros y editores prosiguen, diga yo lo que diga, y el mundo del libro se enriquece cada vez que se celebra uno de estos acontecimientos literarios. Los autores protagonizan sus fiestas, se compran libros, se dan conferencias, se imparten mesas redondas, intervienen los medios de comunicación y por unos días el entusiasmo por la palabra escrita parece eterno y para siempre. Son los momentos de los buenos propósitos, cuando más de uno empieza a leer 'El Quijote' por enésima vez, aunque luego lo abandone en la página quince, como ha hecho siempre. Porque las ferias para lo único que no parecen valer es para que lean más los que nunca han leído, pues es más difícil que abra un libro quien no ha leído nunca que un camello pase por el ojo de una aguja. No acabamos de entender que la lectura es un misterio y, por lo tanto, no posee explicación ni enmienda. Sucede en ocasiones y ya está.

A pesar de esto todos nos sumamos por contagio a una ficticia fiesta de la literatura y todos somos por unos días escritores y lectores, amantes de los clásicos y adictos a la tinta. Y nada de todo esto está mal del todo, aunque parezca mero postureo y proponga una actitud superficial, porque el mundo exclusivo de la palabra también tiene derecho a su pequeña parte de apariencias y fachada exterior y porque estamos en el tiempo de la imagen.

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Y, sin embargo, una tristeza sorda me inunda siempre en estos casos, no puedo remediarlo. Algo no va bien del todo.

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