Nos sentamos cada día frente al televisor como se sentaban los devotos feligreses cada domingo en los bancos de cualquier iglesia, entusiasmados por oír la ... palabra de Dios, al menos yo que ya no profeso aquella fe pero que no me pierdo ni un telediario, y cada jornada atendemos, atiendo a las novedades informativas de los diferentes casos políticos, financieros y sociales y así voy siguiendo el devenir narrativo algunos días hasta que me aburro yo o deja de ser actualidad la noticia. Pero mientras tanto nos han contado con todo detalle las peripecias diarias de una guerra que se está librando demasiado lejos pero que también nos amenaza, de una crisis económica que atenaza nuestros bolsillos, de un presidente todopoderoso del que es mejor no fiarse, de los adeptos a una fe que podrían acabar con el planeta en nombre de su dios o de una epidemia salvaje que nos espera a la salida de casa o del trabajo despiadada, aunque siempre hay algo más, algún detalle social escabroso, alguna corruptela de andar por casa, algún juicio pendiente o alguna ley que todos quieren cambiar.
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A veces me entran ganas de mandarlo todo a la porra, por no decir una palabra de más calibre escatológico, pero no porque proteste por lo mal que va la vida, al fin y al cabo, bien no ha ido nunca, protesto porque no me quedan horas, sosiego ni inteligencia para seguir cada noticia que se produce en el mundo hasta su consunción, para entenderla en toda su profundidad y emitir una opinión al respecto, para detenerme en su análisis exhaustivo, buscar antecedentes y formular juicios.
Es una barbaridad admitir que empiezo a echar de menos ciertas restricciones periodísticas de tiempos anteriores y peores, sin duda, aquella censura que nos facilitaba el adelgazamiento de las novedades y no nos permitía llegar demasiado lejos en su investigación. Entonces había menos de todo, incluidas las libertades, y nos conformábamos con creernos aquello del cuarto poder y con soñar que una pluma también era un arma. Así lo creí yo durante mi adolescencia y casi me lleva esta fe al tremendo error de licenciarme en Ciencias de la Información.
A veces me entran ganas de mandarlo todo a la porra, por no decir una palabra de más calibre escatológico
Porque todos los días escuchamos demasiadas noticias y yo diría que nos es imposible seguirles la pista hasta que dejen de serlo, hasta que no tengan importancia ninguna, como si el mundo en el que vivimos nos lo estuvieran contando todos los días desde multitud de puntos de vista un ejército de informadores y de comentaristas antes para atiborrarnos y empapuzarnos que para ponernos al día de lo que pasa en realidad, antes para distraernos y para alejarnos de la verdad que para tenernos al tanto de cada suceso. Porque cuando la información es desmesurada, exorbitante, no parece que vaya a servirle a nadie, al menos a mí no, que ya empiezo a abominar de los muchos nudos narrativos que cada día surgen en los informativos y que nos obligan a seguir hasta su final, a veces sin entenderlos del todo, porque el exceso también mata, y el exceso de información también desinforma.
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No quisiera aceptar que vivimos en una época de colmos y demasías en muchos terrenos, también en el de la cultura y la información, sobre todo en este, y que nadar en la abundancia no siempre nos lleva a buen puerto, porque tenemos mucho de todo y nos cuesta mucho trabajo elegir la corbata del día o la camisa que vaya bien con el pantalón y la chaqueta, y me ronda la pesadilla de que todo esto no es más que un complot para tenernos entretenidos y no decirnos nada, para que juguemos con medias verdades y nos conformemos con el peligro de una bomba inocente, mientras la humanidad es amenazada por el exterminio, aunque no podamos respirar del todo durante algunos años, atenazados por la exterminación, las enfermedades, la crisis y el horror de la confabulación bancaria.
Así pasamos la vida, enredados en los intereses del dinero y ajenos al drama de una existencia mediocre que no nos permite disfrutar de una bocanada de aire fresco o de una conversación plácida con nuestros hijos, y luego llega la muerte y todo se acaba y ya está.
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