Algo que decir

Demasiadas mochilas

Poco a poco vamos regresando a la infancia en un viaje a la inversa que hacemos paralelo al verdadero viaje de la existencia

Miércoles, 31 de enero 2024, 00:35

Hubo un tiempo en que la letra entraba con sangre, ¿recuerdan? Seguro que sí porque más de uno tiene todavía los hematomas, si no en ... la piel, al menos en la memoria. Por fortuna esos días se han ido para no volver, pero desde hace no mucho todos estamos echando de menos cierto rigor en las relaciones sociales, cierta autoridad, que ya han perdido los mayores, los ancianos de la tribu, los maestros y los médicos. Nadie está dispuesto ahora a reivindicar de nuevo aquella vieja letra ensangrentada, pero a veces pensamos que algunas cosas se nos están yendo de las manos. La figura del policía del patio del recreo, que no hace mucho hubiese sido impensable, vuelve y amenaza con quedarse. Aún recuerdo aquella estupenda directora que nos pedía no llamar a los padres si sorprendíamos a algún alumno con droga en los recreos, porque se habían dado casos en los que el propio progenitor terminaba denunciando al maestro y al centro, así que era mejor avisarle a ella para que gestionara la crisis de un modo particular. Nos hacemos mayores, perdemos fuerza y la vida nos pasa por delante, y contra la violencia y la mala educación empezamos a no saber lo que debe hacerse.

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Poco a poco vamos regresando a la infancia en un viaje a la inversa que hacemos paralelo al verdadero viaje de la existencia. Tal vez sea por eso que en los últimos años abundan las mochilas que portan como si tal cosa las personas mayores. Vamos dejando atrás los bolsos y las bolsas y ya en casi todo el mundo, profesores y maestros incluidos, exhibimos nuestro eterno símbolo de la infancia, como si nos empeñáramos en volver a la edad de la inocencia. Acaso porque no estamos preparados para afrontar los rigores de la edad y de la madurez o simplemente porque se han puesto de moda las cosas de los niños, su inocencia y su candidez, toda mi vida profesional he portado una cartera de cuero envejecido, que pesaba más vacía que llena, donde he llevado de todo y muchas de esas cosas ni siquiera me hacían falta, porque la cartera era, en el fondo, solo un símbolo de la supuesta sabiduría. Ahora que estoy llegando al final, veo que me jubilaré con ella y que cuando venga el último día la vaciaré del todo, la engrasaré como siempre y la colocaré en algún lugar destacado de mi escritorio, como un trofeo o un recordatorio, porque ya no va a hacerme falta.

No me entristece pensar esto, la cartera de cuero ha sido mi compañera de estos años y yo siempre creí que representaba con total fidelidad la profesión a la que me había dedicado. Jamás se me pasó por la cabeza cambiarla por una mochila, aunque esta fuera más cómoda y de colores vivos y me otorgara un aire más juvenil o precisamente por eso. Ahora veo que llenan las calles, bloquean los pasos, interrumpen el tránsito de los pasillos y dejan una imagen adolescente que, a buen seguro, es la imagen que nos corresponde en estos días, como si viviéramos aún en los días de la pubertad, como si no hubiésemos crecido del todo y fueran ellos, los críos, los que ostentaran el grado de adultos. La vida al revés, vamos, porque estamos siendo sometidos a un progresivo proceso de mercantilización hasta el punto de que también los valores, el arte y las relaciones sociales han terminado puerilizándose hasta alcanzar el grado más alto de simpleza posible. Vamos en dirección contraria como civilización y como sociedad y a este paso no llegaremos a ninguna parte clara.

Ya queda menos. Nacer es una cuestión de meses.

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