El beso

Algo que decir ·

Lo de Rubiales no es solo un palmario abuso de poder, una violencia sexual de un machismo aberrante, es además la prueba de que no conoce a las mujeres

Por supuesto que resulta inadmisible el gesto de Luis Rubiales, el presidente de la Federación Española de Fútbol, besando a Jenni Hermoso, capitana de la ... selección española al final del partido que nos daba el título de campeonas del mundo en Sídney. Lo es sobre todo porque es un beso robado, porque la futbolista se ve obligada a recibirlo, entre otras cosas porque el presidente, que es además su jefe, la agarra de la cabeza y la fuerza, y encima a ella no le gusta, así que no hay por dónde coger este acto y esperemos que se resuelva con algún tipo de sanción.

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Y no es solo un palmario abuso de poder, una violencia sexual de un machismo aberrante e inexcusable, es además la prueba de que Luis Rubiales no conoce a las mujeres y, sobre todo, no conoce a las mujeres españolas y, por lo tanto, no las respeta, pues para cualquiera que recuerde los versos del cuplé y tenga una mínima experiencia sentimental, la mujer española cuando besa es que besa de verdad y a ninguna le interesa besar con frivolidad. Y punto.

Este es un mandamiento casi sagrado que Luis Rubiales no debía haber olvidado nunca y que cualquier hombre que se precie debe tener en cuenta en todo momento, porque, salvo que sean ellas las que tomen la iniciativa, debemos abstenernos de cruzar el espacio sagrado de su intimidad y, máxime, de profanar sus labios, habitualmente cerrados.

Ya llevamos muchos años de represión masculina y estamos acostumbrados a aguantarnos, porque todo el monte no es orégano y las manos van al pan y las mujeres también eligen y no somos animales, faltaría. Porque si un hombre le roba un beso a una mujer es porque no disfruta del todo de los bienes carnales femeninos y, aunque haga falsos alardes de una masculinidad animal, está claro que en su vida privada no se come un colín, como reza el popular dicho, y dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.

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Besar a cascoporro y sin delicadeza, a troche y moche, aquí te pillo y aquí te mato, es una manera de revelar que nuestra vida íntima y sexual es una catástrofe y no vale nada y que nosotros, algunos hombres, claro, hemos vuelto a la edad de las cavernas y, por lo tanto, nos proclamamos unos auténticos cavernícolas, meros simios, bestias y alimañas sin razón a los que deberían cazar a lazo como a las fieras. Aunque por fortuna tenemos leyes también para eso, leyes para los besos forzados, leyes para el sexo forzado, leyes para los que no piden permiso antes de entrarle a una mujer o, al menos, concederle el derecho de decir no, no quiero, no me gusta, no te permito que me beses porque estoy segura de que no me va a gustar.

A Mariloli, mi actual mujer, la conocí al final de la pandemia, cuando la llevé a su casa después de nuestra primera cita en la que comimos, bebimos y hablamos durante un día completo y feliz. Le pedí con sumo respeto que se quitara la mascarilla porque quería besarla.

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Y, de repente, se obró el milagro.

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