Los partidos políticos, entidades con ánimo de lucro

Hoy, los partidos son agencias de colocación clientelar, generadores de instituciones inútiles y de una burocracia estéril

Martes, 17 de mayo 2022, 02:00

Una de las escasas ventajas que tiene alcanzar la edad provecta y no haber perdido del todo la cabeza, reside en poseer cierta perspectiva temporal, ... aunque subjetiva, que nos permite juzgar las cosas como fueron. A través de lustros y sin ejercer una voluntad consciente, los acontecimientos magnos y menudos prendidos en la memoria conforman un criterio riguroso para relativizar la siempre rabiosa actualidad política y predecir sus derivaciones. Lo resumió una frase del hoy reivindicado Adolfo Suárez: «Hacer que en las Cortes sea normal lo que en la calle es normal...», mientras guardaba la camisa azul y acometía con cirugía de precisión el cambio de paradigma desde un sistema dictatorial a un modelo de convivencia democrática, cuyo talón de Aquiles es el inextricable y ruinoso galimatías autonómico.

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Por aquel entonces, los partidos políticos actuando con sentido de Estado postergaban sus postulados ideológicos a favor del objetivo supremo, a saber: una España viviendo en un sistema libre y democrático, capaz de afrontar el futuro sin ira. Cuarenta años después, esos mismos partidos han transmutado de mediadores necesarios en el ejercicio de la soberanía popular a entidades con ánimo de lucro desmesurado. Su finalidad obsesiva es ganar las siguientes elecciones, sean locales, autonómicas, generales, etc., ¿pensando en arreglar los graves problemas económicos, sanitarios o educativos de sus votantes? Ni mucho menos, aunque sus falaces programas así lo pregonen. Hoy, los partidos son agencias de colocación clientelar, generadores de instituciones inútiles y de una burocracia estéril con el fin de emplear a sus líderes y adláteres en cargos de sueldos gigantescos y ningún beneficio. En cualquier administración pública, el grueso del presupuesto se dedica al famoso capítulo I: pago de nóminas. Las migajas sobrantes quedan para atender las penurias reales de la sociedad.

Las discusiones y alianzas postelectorales persiguen el interés de los propios partidos, cuántas poltronas para ti y cuántas para mí. Incluso hay medios de comunicación contaminados por esta dialéctica perversa. El reciente ejemplo de Castilla y León es palmario: tras el sinsentido electoral, todos los análisis se encaminaron a lograr «un gobierno estable» (vaya tela): alianzas, vetos, cordones sanitarios... Mientras tanto y tristemente, cuarenta años después de 'gobiernos estables' no han solucionado ninguno de los graves problemas crónicos de los ciudadanos que, por el contrario, siguen agudizándose: envejecimiento y despoblación imparables, carencia de infraestructuras y servicios sanitarios, falta de trabajos dignos y oportunidades para los jóvenes. Digo yo, ¿para qué demonios quieren los castellanoleoneses una 'Junta estable', cuya primera medida ha sido la vergonzosa e inmoral subida de sueldo, con la que está cayendo?

Su finalidad obsesiva es ganar las siguientes elecciones, sean locales, autonómicas, generales, etc.

En esta deriva funcionarial, los partidos han creado sus propias canteras de cachorros (y cachorras) que aspiran a vivir exclusivamente de la acción política. En lugar de buscar un trabajo profesional cualificado, deciden sacrificar su porvenir poniéndose al servicio del pueblo. Emprenden así una carrera incierta, cuya valoración en términos de logros y méritos nos resulta desconocida, pero que conlleva un componente básico de sectarismo y corrupción, de grosería y zafiedad. En ocasiones, tal estrategia produce desastres tan escandalosos como el sufrido recientemente por el partido de la leal oposición, siempre con un foco mediático excesivo, en mi opinión. Lo plasmó hace más de un siglo la pluma magistral de Galdós, y seguimos igual: «... Entre todos hicieron de la vida política una ocupación profesional y socorrida, entorpeciendo y aprisionando el vivir elemental de la nación, trabajo, libertad, inteligencia, tendidas de un confín a otro las mallas del favoritismo, para que ningún latido de actividad se les escapase». Amén.

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