JOSÉ IBARROLA

¿Otro día en el paraíso?

ISAGOGE DE MELA ·

Lamentablemente, la pobreza afectiva, ser insensible al sufrimiento del otro, es expresión patológica de la esencia del ser humano en estos tiempos

Viernes, 26 de agosto 2022, 23:56

En 1929, Federico García Lorca sintió la ciudad de los rascacielos como una urbe capitalista de actividad constante, día y noche: la ciudad que nunca ... duerme, la ciudad insomne. Pero también se sintió hastiado por la deshumanización imperante que alienaba a una parte de la población mientras la otra parte era indiferente. Tanto le dolía que quería «escupirles a la cara». García Lorca lo observó, lo vivió y lo denunció con la impotencia de no encontrarle solución.

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Sí, esta capital del mundo, que en realidad son muchas capitales dentro de un solo nombre, tiene una actividad frenética e imparable. No es solo una ciudad que no duerme nunca, es que, si bien las luces de neón o de led y la expresión de la riqueza son perpetuas, igualmente lo son las penurias, la miseria y la indigencia en todas las calles, también en las principales y famosas avenidas.

Es la ciudad que no deja de moverse. Un movimiento perpetuo de actividades legales, financieras o comerciales de todo tipo y nivel, con el correspondiente movimiento humano. Las mismas calles acogen diferentes espectáculos y a población muy diferente durante el día y la noche. Así cuando, a pesar de las luces permanentes, la penumbra aparece y las tinieblas inundan el horizonte más cercano, surge otro tipo de personas. Un ejército variopinto de individuos que parecen surgir del subsuelo y que no se ven durante el día. Sus ropas no son 'de marca' y, si lo parecen, son falsificaciones que están ajadas y reutilizadas. Son personas muy diversas, hombres y mujeres de diferentes procedencias y edades, seres humanos. Rostros y miradas de 'Homo sapiens'. Muchos mantienen un gran porte y por sus poros todavía exhalan dignidad, pero otros, los más, parecen tristes, fruto de la miseria por la pobreza o por el efecto de enfermedades mentales, drogas o el malvivir. Cada cual es una historia y desconocemos sus circunstancias. En algunos de esos grupos se presienten claramente las jerarquías que, salvando las distancias de tiempo, lugar y coyuntura, evocan a los bandidos de Londres descritos por Charles Dickens en 'Oliver Twist'. En un lenguaje materialista, ausente de caridad, los denominan subproductos, bienes residuales irredimibles, resultado de la desdicha, de la desventura y del infortunio, pero no son de menor importancia y no pueden ser desechados. Esta realidad del paraíso urbano no es monopolio de Nueva York, se vive en todas las ciudades, solo hay que saber y querer mirar en derredor.

Para quien tenga ya una edad ('todos tenemos una edad'), quizá mantenga en la memoria uno de los galardonados éxitos de Phil Collins, 'Otro día en el paraíso', en las lejanas navidades de 1989. «Piensa dos veces, es otro día para ti y para mí en el paraíso». Poesía que recordaba lo estupendo que es vivir en una ciudad del mundo industrializado teniendo la inmensa suerte del acceso a la vivienda, reflexionando que en la misma ciudad paradisiaca existe un cuarto mundo en el que las personas sin hogar, que pisan las mismas calles, carecen de un lugar seguro donde pernoctar. Más aún, reclamaba la conciencia de los afortunados que, después de mirarles a los ojos, pueden seguir paseando indiferentes ante tal realidad, sin mirar atrás, como quien no oye, como quien no ve. Es falta de resonancia y pobreza afectiva. No es falta de empatía, es un fenómeno de negación activa, de mirar hacia otro lado. Es el predominio de la indiferencia afectiva como un rasgo nocivo de la personalidad porque, al observar a otro ser humano en situación precaria, el instinto llevaría o debería conducir a socorrerle. Y no es solo una emoción instintiva, sino cognitiva, porque se sabe lo que significa y lo que conlleva realizar o no ese acto de ayuda y de solidaridad. Lamentablemente, la pobreza afectiva, ser insensible al sufrimiento del otro, es expresión patológica de la esencia del ser humano en estos tiempos.

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A este panorama neoyorquino, insomne, cambiante y vibrante, se añaden los turistas. Deambulan de día y de noche, aprovechando el tiempo sin descanso. Aunque son de diferentes etnias y de toda condición, tienen en común con los oriundos en que no escapan a la indiferencia ante la pobreza. También miran hacia otro lado.

Hay que pensar dos veces si vivir en la jungla de los rascacielos es o no es otro día en el paraíso. Como hace casi 100 años ya sintiera García Lorca, cualquier ciudad del planeta donde los espacios enajenan, abocan a la cosificación de la sociedad y las brechas entre sus habitantes son cada vez mayores, no es el paraíso soñado.

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