La primera vez que lo escuché fue en Murcia, una noche solitaria en mi piso con una pequeña radio en las manos de donde salía ... la música inflamada y deliciosa de un cantante singular, con una voz portentosa que no solo cantaba sino que interpretaba los sones que él mismo había escrito o aquellos poemas de su predilección que tanto amamos gracias a él, de los poetas cubanos José Martí o Nicolás Guillén. Recuerdo que me sorprendió no solo su potencia vocal sino también su fraseo y, sobre todo, la armónica concordancia de una letra brillante, humana y exquisita y de una música que me trasportaba a otros mundos. Confieso que nunca antes lo había oído y que, desde aquella noche de mi primer año universitario en Murcia, pegado a mi pequeño transistor, ya nunca dejé de escucharlo hasta el día de hoy.
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Más tarde acudí a algunos recitales con Silvio Rodríguez, y en la última ocasión que disfruté de su música en Cartagena fue como si me despidiera de él desde lejos, pero por encima de todas estas ocasiones me llenó durante muchas noches de estudio y de exámenes, acompañado o en solitario. Noches de una nostalgia tormentosa por una mujer que nunca estuvo donde yo quise que hubiera estado y los versos de Pablo, sus mágicos arpegios me consolaron en alguna medida. Debatíamos los amigos y las amigas sobre lo humano y lo divino a altas horas de la madrugada y de fondo siempre sonaba un tema de Pablo o de Silvio. Fue durante muchos años nuestra banda sonora y nos acogimos a su calor musical en muchas jornadas de frío
'El breve espacio en que no está', 'El amor de mi vida', 'Si ella me faltara', 'Ámame como soy', 'La felicidad', 'Yo no te pido', 'Yo sé que un día tú vendrás', y tantos y tantos otros títulos de los que gocé durante muchas noches de soledad y de tristeza también, porque la música no solo acompaña sino que reconforta y consuela y renueva por dentro. Así que a Pablo Milanés lo consideré durante años un amigo y una especie de terapia, la compañía más adecuada para una larga noche solitaria de estudio, la voz que tenía el poder de evocar tantos conflictos sentimentales y recuerdos deliciosos a la vez, y de aplacar el dolor que me habían creado al mismo tiempo.
Cantó a la vida, al amor y la conciencia y se quedó con nosotros ovillado para siempre
Quizás por eso cada vez que lo escuchaba el corazón y la cabeza se convertían en un caos sentimental y regresaban los viejos pleitos de juventud, esa necesaria e insoslayable educación emocional que nos conmueve hasta el último día y nos enseña más y mejor que cualquier otra disciplina. De manera que mi contacto con Pablo, como nos ha gustado llamarlo siempre, data de muy lejos y se ha mantenido muy estrecho a lo largo del último medio siglo. Lo he preferido incluso al otro gran cubano, Silvio, acaso porque Milanés tenía un registro más generoso y era capaz de aunar la lírica y la épica en sus canciones reivindicativas y de una gran sensibilidad.
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Había por aquel entonces dos aspectos que me unían a él, su inspiración profundamente poética y su apego a la revolución cubana, aunque todo aquello pueda parecer ahora demasiado romántico y en exceso ilusorio, en realidad somos lo que somos porque alguna vez fuimos capaces de soñar. En 'Los puentes de Madison' Clint Eastwood dice a este propósito: «Los viejos sueños eran buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegro de haberlos tenido».
Hoy recordamos a Pablo Milanés como un buen músico y un gran cantante, la pareja musical de Silvio Rodríguez en el movimiento de la nueva trova cubana afín a la ideología castrista que terminó por separarlos. Eran dos caras de una misma moneda y durante algunos años los tuvimos muy cerca de nosotros, nos despertaron en los días de fiesta y nos procuraron compañía y ambiente en las horas del café y en las fiestas, en las reuniones con los amigos y en el espacio del relajo.
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Pablo Milanés fue la voz y la palabra de un tiempo, cantó a la vida, al amor y a la conciencia y ahí se quedó con nosotros ovillado junto a nuestras camas y a nuestros escritorios, en los salones y en los dormitorios, para siempre.
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