«Las elites se preocupan del fin del mundo, nosotros de llegar a fin de mes». La frase es de un participante en las manifestaciones ... de 2018 en Francia contra la subida de los impuestos a los carburantes, que pretendía promover el uso de energías limpias para limitar el calentamiento global. Refleja el malestar acumulado tras los problemas económicos de la última década, la resistencia a asumir un aumento en el precio de bienes básicos ahora a cambio de un clima mejor en el futuro y la necesidad de conciliar ambos objetivos.
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En lo esencial la postura de los científicos es unánime: la tierra se calienta y la causa básica es la emisión de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Hay cierta incertidumbre respecto a cuánto y con qué rapidez subirá la temperatura media del planeta (el asunto es complejo), pero si seguimos como hasta ahora aumentará más de dos grados, tal vez cuatro en unas décadas. Puede parecer poco, pero tuvimos esos cuatro grados más hace unas decenas de millones de años y había cocodrilos en el círculo polar ártico.
Los desastres naturales serán más frecuentes y severos. Habrá más olas de calor y sequías, menos humedad y más incendios, tormentas e inundaciones. El sur de Europa no saldrá bien parado. Ya hemos tenido muestras. El turismo y la agricultura cambiarán, los flujos migratorios crecerán (la población en África está en pleno crecimiento, las cosechas se resentirán) y habrá que emplear mucho dinero en mejorar viviendas, infraestructuras e instalaciones industriales y agrarias para contener daños.
Las estimaciones de diversas instituciones, aunque poco precisas, muestran que el coste económico de este escenario, en el argot 'mundo de la casa caliente', es muy superior a la alternativa de evitar el cambio climático a través de una transición hacia energías limpias. Eso no significa que lograrlo sea sencillo ni barato, lo que enlaza con la otra preocupación: llegar a fin de mes.
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El objetivo es que la temperatura suba menos de dos grados y se estima que, para ello, es preciso que hacia 2050 solo emitamos los gases invernadero que podamos absorber (mediante árboles e inventos) y funcionemos con energías sostenibles. El esfuerzo es enorme por tres razones.
La primera, que casi todas las actividades humanas emiten gases invernadero. No es solo cambiar nuestros coches por vehículos eléctricos, eso arregla el 10%. También hay que eliminar las emisiones derivadas de generar electricidad con combustibles fósiles, fabricar productos como el cemento o el acero, refrigerar y calentar edificios, transportar mercancías por tierra, mar y aire, fabricar fertilizantes (que también generan nitratos que se filtran a aguas subterráneas o lagunas) o, incluso, plantearse qué hacer con las emisiones de metano del ganado. Bill Gates, en su libro 'Cómo evitar un desastre climático', pone números a todo esto.
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La segunda es que los costes de transición se verían más a corto plazo y las diferencias en la frecuencia y magnitud de los desastres naturales a medio y largo plazo. Con frecuencia tendemos a ignorar los riesgos de desastres lejanos, aunque evitarlos exija actuar hoy.
La tercera es que históricamente las transiciones energéticas (de fuerza animal a carbón o gasóleo, por ejemplo) llegaron porque la nueva era más eficiente y barata. Ahora, a pesar de que el coste de las energía solar y eólica ha bajado un 80% desde 1990, las alternativas a los combustibles fósiles y procesos industriales contaminantes son en general más caras –en ocasiones aún no existen–. Esto no será gratis.
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¿Cómo impulsar la transformación? Hay tres herramientas. La primera, encarecer el precio de los combustibles fósiles con impuestos para que reflejen su coste real, el perjuicio que causan. La segunda, impulsar la inversión en investigación y tecnología, que será más fácil si las energías alternativas ganan competitividad gracias a los impuestos sobre el carbono. Y la tercera, promover la demanda de productos limpios mediante concursos públicos y sensibilización ciudadana, para crear economías de escala que permitan bajar sus precios.
La transición traerá oportunidades e inversiones, pero eso no basta. No se trata solo de que cargar el depósito o encender la luz pueda ser más caro, al fin y al cabo, la recaudación del impuesto al carbono puede dedicarse a bajar otros impuestos. Se trata de que habrá sectores y empresas, que hoy son rentables y crean empleo, que no sabrán adaptarse. Por eso es tan importante que las administraciones apoyen la transformación con planes de desarrollo y formación a las zonas y actividades más vulnerables al cambio y todos seamos plenamente conscientes de lo que hay en juego. Sin eso, las resistencias al cambio arreciarán, el bienestar se resentirá y la transición energética será más lenta y costosa.
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Hay que llegar a fin de mes y no demorar la transformación energética. Parafraseando a Rick en 'Casablanca', si no cogemos el carro de la descarbonización, lo lamentaremos. Tal vez no hoy ni mañana, pero pronto y para siempre.
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