Mujer y poder

Los que creemos que la mujer es la respuesta moderna, innovadora y lúcida para la política española hemos sido devorados

No entiendo la política. No sé interpretarla. Quizás sea porque carezco de emoción ideológica o de fe política o de espíritu doctrinal o de conciencia ... de grupo o de convencimientos sólidos, pero la realidad siempre me desborda y lo que yo intuyo como un paso adelante acaba resultando dos pasos atrás. Cuando hace días leí que una mujer, con escaso apoyo, presentaba una moción de censura para conquistar el poder y acto seguido otra mujer convocaba elecciones en su región para evitar que la desplazaran del poder me dije que algo estaba cambiando y que la mujer, por fin, asumía su propio destino con valentía y sin tener en cuenta el riesgo. ¡Dos mujeres de la derecha política! Y pensé que esto suponía más por la lucha por la igualdad de género que cualquier decreto, ley, manifestación o día folclórico. Y me pregunté dónde están las mujeres de la izquierda, a qué esperan para asaltar los dominios patriarcales y tomar el poder. ¿Era posible que las mujeres de derechas enseñaran el camino de la liberación feminista? ¿Tendrían más agallas, más arrojo, más coraje y más sororidad las fachas que las progres? ¿Es mejor ser víctima?

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Aclaro, yo no soy feminista, no sabría cómo serlo, en lo que sí creo es en la igualdad absoluta sin necesidad de discutirlo. Y creo que los cambios solo se consiguen ejerciendo el poder, con criterio, respetando al contrario y gestionando con eficacia y ecuanimidad, no como mujeres sino como personas iguales y para todos. Asumir el poder es el primer paso, da igual que sea aliado con la izquierda corrupta que con la derecha igual de corrupta, si el objetivo es gobernar de otra forma demostrando mayor capacidad, contención y rigurosidad. Sin complejos y sin debilidades. Sin complicidades y sin aplausos condescendientes. Sin tutelas. Sin barreras ni patrocinios. Sin miedo. El poder por el poder. Un tiempo nuevo y atractivo, pensé.

Y en esas ensoñaciones estaba cuando en palacio una mujer, o dos, protegidas por varonil ímpetu, deciden que no. Y el varón dice: «Basta ya». ¿Basta ya? Yo creía que una moción de censura es un acto plenamente democrático, pero resulta que es un acto criminal. Y por negarse a seguir las instrucciones de su partido reciben una gratificante compensación. Hablan, con inocencia, de lo que quieren sus votantes (¿lo saben?), que, por lo visto, no es el poder sino la subordinación. Que no se cambia lo que funciona. ¿Qué funciona? ¿La distribución de las vacunas?, ¿la cuenta de resultados de los tanatorios?, ¿las ayudas a la ruina? ¿la libertad?, ¿la realidad económica? Que solo quieren sillones, ¡pues claro!, en eso consiste el juego del poder. Que era un mal negocio, ¿para quién? ¿Para el partido que te llevó al poder o para el que te cobija? Que íbamos a cambiar todo el Gobierno por una presidencia, ¡pues claro, alma de cántaro! La presidencia y, por tanto, el control. Y resulta que una mujer es derrotada por otra mujer del mismo partido, que es consejera de la Mujer, del partido rival. La extravagancia no tiene límites.

Nadie dice la verdad y nadie miente, cada uno tiene su razón y su conciencia y sus secretos. Pero los partidos no

Está claro que mi pensamiento no iba por buen camino, pues no se trataba de poder femenino, se trataba de política tradicional, la de siempre, la del chollo y el chupete. Nadie dice la verdad y nadie miente, cada uno tiene su razón y su conciencia y sus secretos. Pero los partidos políticos no. Su única razón de ser es el poder, ese que se desmiente cuando se tiene y se persigue cuando es esquivo, pero que convierte la actividad política en adictiva. Cuando los argumentos son todos válidos, iguales y reprochables para todos: la pandemia, la corrupción, la deslealtad, la traición, los sillones, quien gana siempre es el poder porque es el que tiene los resortes y los recursos públicos.

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La mujer pierde, abofeteada por su mismo género en un juego de tahúres y su partido, dirigido por otra mujer valiente, despreciado por sus propias huestes. La ambición de poder es un pecado para la mujer y una virtud masculina. Lástima, todo sigue igual, y los que creemos que la mujer es la respuesta moderna, innovadora y lúcida para la política española hemos sido devorados, nuevamente, por la tradición y por la reacción. Que un partido, el único liderado por una mujer, despierte tanta ira y cólera entre propios y ajenos es sorprendente. Nunca había leído tanta concentración de insultos, ofensas y mofas hacia una mujer que exige su derecho a gobernar y a cambiar el destino sin importarle la vileza o el fracaso. Luego las cosas empeoraron, como era previsible, porque la victoria siempre clama venganza.

A todas las mujeres valientes y preparadas, sobre todo de Ciudadanos, que intuyen que el único cambio posible es desde el poder, mi reconocimiento, aunque ya les den por amortizadas y aunque yo no entienda de política.

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