¿Por qué las muertes por Covid ya no conmueven?
No respetar el protocolo por parte de personas en la política, en el ejército, en la Iglesia... está causando un gran daño
Ha pasado ya casi un año desde que fuimos azotados por esta maldita pandemia que ha dejado tanto dolor, tanta pobreza y tanta hambre en muchos países, incluido el nuestro. Y, después de este tiempo, las muertes, aunque se cuenten a nivel oficial, ya no cuentan, ya no importan, ya no conmueven como en un principio, tal vez porque nos hemos acostumbrado, tal vez, porque nuestro modelo económico exige seguir funcionando como sea, aunque conlleve hospitalizaciones y muertes, o, tal vez, por la suma de las dos situaciones; hemos normalizado las muertes y lo que nos importa es la economía, esa economía que, como dice el Papa Francisco, mata.
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Solo importan a las propias personas enfermas, a sus familiares y amigos, que siguen sin poder acompañarles ni cogerles de la mano y acariciarles, y, cómo no, a nuestros mayores encerrados en las residencias y en su casas. Algunos están muriendo de tristeza por lo que están viviendo, por lo que están sufriendo y por todo lo que no están viviendo. Esto es indemostrable científicamente, pero las personas que los cuidan y los quieren lo perciben con claridad. También importa a los sanitarios y sanitarias que están con ellos, que les cogen de la mano y que tienen que escuchar «no me dejes morir solo», como dijo Aroa López, la supervisora de Urgencias en el Hospital Vall D'Hebron de Barcelona en su emotiva intervención en el homenaje de Estado por los fallecidos.
Siento una gran indignación al ver la utilización política macabra de las miles de muertes como estrategia para desgastar, para utilizarla sin ningún escrúpulo, es una estrategia necropolítica, que hace mucho daño a las familias que han perdido un ser querido, a la sociedad, y que hace que sintamos asco y desafección de la política, cuando la política es algo noble, siempre que se ponga al servicio de la persona y su dignidad. Eso sí, cada vez que empieza una sesión hay que guardar un minuto de silencio, antes de utilizar las muertes. ¡Cuánta hipocresía! Hay un hecho que me produjo una gran perplejidad y con el que no daba crédito. Fue cuando la presidenta Isabel Díaz Ayuso abandonó la reunión telemática del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, con los dirigentes autonómicos por ir a la catedral de la Almudena, a la misa por los enfermos y fallecidos por la pandemia. Se le soltaron algunas lágrimas y le hicieron la foto con esas lágrimas, que se notaron porque se había puesto maquillaje, rímel. Un montaje, un cruel montaje, un cínico montaje, de un personaje que dice que hay que salvar la economía, pero no se atreve a añadir: «Y que muera quien tenga que morir». Por cierto, los responsables de esa misa no debieron consentir ese montaje, debieron impedir o denunciar esa foto, porque es hiriente, muy hiriente.
Las muertes de cientos de personas cada día ya no nos dicen nada, no nos conmueven, solo nos preocupa salir del atolladero económico. Lo vimos en verano y lo vimos cuando se decía que había que salvar la Navidad, cuando aún seguía castigándonos la segunda ola, que había llevado de nuevo a llenar las UCI y muchas plantas de hospitales. Estamos sufriendo esta tercera ola que ha colapsado los hospitales y que ha dejado sin atender otras enfermedades, solo lo urgente. A pesar de esto, ya estamos diciendo que hay que salvar la Semana Santa y no es de extrañar que el jefe de la UCI en el Hospital Santa Lucía de Cartagena, José Manuel Allege, diga con mucha preocupación: «No, por Dios, no salvemos nada». Insisto, creo que, en general, hemos fracasado como sociedad y que hemos hecho caso omiso a lo se decía de no olvidar la lección de cuidar y salvar vidas, que nunca aprendimos. Y nos faltaba el tema de las vacunas, entre el negocio inhumano y el no respetar el orden del protocolo por parte de personas en la política, en el ejército, en la Iglesia... está causando un gran daño moral a la sociedad y un descrédito a lo institucional.
¿Qué salidas hay? Nos dijeron que lo mejor era el individualismo, la economía productiva, competitiva y consumista, y lo privado. Ahora sabemos que lo que realmente nos salva es lo comunitario, la responsabilidad personal y social, la economía del bien común, la renta básica para la gente que lo esté pasando mal y lo público. Pero hay voces que dicen que hay que volver a lo de siempre. Seguimos sin aprender la lección, porque las muertes ya no nos conmueven, eso sí, guardaremos un minuto de silencio.
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