En muchas ocasiones la izquierda española ha sido más moralista que los viejos conservadores de siempre; aunque el ideario original sea tan opuesto, los principios ... de una fe inamovible, que son los principios de cualquier fe, no parecen tan distintos. Ahora les ha tocado a los tradicionales toreros de talla corta, flagrante eufemismo de la palabra enano. Siempre me dio la impresión de que el moralista era la persona que sabía y podía ofender, el individuo que ponía sus prejuicios al servicio del odio y de la mala baba de los otros, pues nadie ofende del todo si no se lo permitimos nosotros. Y los que torean desde la altura inconcebible de una carencia física obvia añaden a su dificultad innata muchos kilates de torería y de valor. Ya me gustaría a mí, con unos pocos centímetros más de altura, aunque no tantos, manejar los capotes y las muletas con la soltura, la boyantía y el desparpajo de estos lidiadores de gracejo sin igual y animosidad relevante.
Publicidad
Pero ni por esas, se nos pone entre ceja y ceja que alguien está sufriendo una clara discriminación y ya no le damos tregua hasta que no le fastidiamos el invento. ¿Quién nos iba a decir a nosotros que la democracia y la libertad nos iba a deparar este tiempo de censuras, represiones y moralinas?
Si la clave de esta polémica estriba entre la disyuntiva de que nos reímos de ellos o de que nos reímos con ellos, siendo, al parecer, la primera opción claramente reprobable, deberíamos cuestionar no pocas obras del arte antiguo y contemporáneo, desde algunos personajes de la literatura del Arcipreste de Hita, ciertos cuadros excelsos de Velázquez o de Goya, muchos poemas de Francisco de Quevedo, artículos de Larra, cuadros de Picasso, el genial esperpento de Valle, el tremendismo de Cela y así hasta la extenuación, porque el artista, el verdadero artista nunca se ha acomodado a la ideología imperante y correcta del momento.
El espectáculo tradicional del Bombero Torero podría pertenecer absolutamente a ese particular canon estético de la deformidad, del exceso, de la astracanada, del humor reflejado en los espejos del Callejón del Gato, de los colores solanescos de una España única e invertebrada, de la España de siempre, pero en absoluto me parecerán nunca ninguno de estos ejemplos anteriores constitutivos de ultraje o humillación alguna, como no me lo ha parecido, sino más bien todo lo contrario, una comedia cinematográfica de la altura de 'Campeones'. No quiero imaginar si hubiesen impedido el estreno de este film porque su argumento semejara denigrante para ciertos colectivos.
Publicidad
Es evidente que nos la cogemos con papel de fumar, que estamos demasiado atentos a la forma y pasamos casi siempre del fondo. De hecho, acudimos apresurados a salvarlos de la posible burla y nos olvidamos de que ese es su medio de vida, de que ellos viven de hacer reír a los demás y de aventurarse delante de unos animales peligrosos, con una fórmula fresca y original pero no exenta de riesgo.
En el fondo todo nace de una clara aversión a ciertos tópicos españoles, entre los que destaca la fiesta de los toros, asunto espinoso donde los haya que debería ser objeto continuado de reflexión honda y de formulación repetida, sin obviar un sentido del humor, en ocasiones abrupto, descarnado y sin prejuicios, que hemos venido practicando desde el origen de nuestra cultura hispana.
Publicidad
Pero lo peor no es esto, sino ese empeño catequizador y trasnochado en decirles a los demás lo que está y lo que no está bien, lo que pueden y lo que no pueden hacer sin parar mientes en el daño que llevan a cabo mientras tanto.
Cuesta sangre, sudor y lágrimas explicarles a algunos españoles el concepto de la libertad y del libre albedrío. Con lo fácil que resulta dejar en paz a todo el mundo para que cada cual administre a su antojo su dignidad y su arte.
Prueba LA VERDAD+: Un mes gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión