El aburrimiento es un pésimo invento, fundamentalmente si se es un cargo público y te ves obligado por pura estética a disimularlo. Cuando Sánchez nombró ... su primer gobierno de coalición, creó tantas carteras sin competencias que ha ocurrido lo que era de prever: muchos lunes al sol con sueldo de vacaciones en el mar.
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Decían nuestras abuelas que «cuando el demonio no tiene qué hacer, mata moscas con el rabo». De niños resultábamos muy peligrosos sin actividad: subíamos donde no debíamos, nos peleábamos con los hermanos por entretenimiento o nos dábamos con una piedra en la espinilla. Pero cuando eres ministro y estás desocupado, la espinilla solemos ser los españoles y la piedra, acabar con un sector como el cárnico. Es patético y lo peor, peligroso.
García-Page acierta reconociendo que el ministro Garzón, conocido estrictamente por atizar al turismo, el aceite o la carne, «se está inventando su cargo todos los días» a base de verbalizar 'boutades'. Claro que el ministro podría interpelar a Page recordándole que su amado líder (o sea Sánchez) ya recomendaba no comer carne en el infumable documento de España 2050 y entonces el presidente castellanomanchego no dijo ni mu. Es lo que tienen algunos gobiernos de coalición: que están poco coaligados. Y a Page, probablemente, no le sonaba igual la afirmación en boca de Garzón (cuota Podemos/IU) que en la del tándem Sánchez-Redondo, probablemente ya extinto (o no).
Es fácil imaginar a alguno de los más de 764 asesores, que bien viven repartidos en 22 ministerios, llamando al político de turno: «Ministro: el presidente dice que haga Vd. algo, que lleva meses sin aparecer ni siquiera por el Congreso y que diga lo que sea, pero ya». Y, claro, capacidad para pensar no hay mucha: con tantos meses teletrabajando se pierde masa muscular y cerebral.
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El ocio, el tiempo libre y el descanso son una absoluta necesidad y una conquista social consolidada. Probablemente nuestros hijos no pueden ni imaginar que muchos de sus abuelos no conocieron lo que eran unas vacaciones tal y como las concebimos hoy en día. En sus vidas jamás apareció la molicie, ni siquiera tangencialmente.
Los abuelos tampoco sospechaban que los padres de hoy en día pasaríamos de 0 a 100 en pocos segundos. Los nietos y bisnietos de los que no tenían 'nuestras' vacaciones celebran el fin de curso en Mallorca. Por lo visto tienen incuestionable derecho. La Generación Z es así. Por supuesto, se van con o sin aprobados que hoy en día no son estrictamente necesarios y, además, según el ministro Castells, aprobar es de ricos y no todos son pudientes.
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Nuestros 'zillennials' son bastante honrados y no manifiestan celebrar las buenas notas, sino el final del año lectivo, en un alarde de sinceridad. Por tanto, los padres les pagamos un viaje por la cara, que siempre es de agradecer.
Los chicos se van de vacaciones con o sin pandemia, puesto que ellos creen estar al margen. Por supuesto, con las mascarillas en los bolsillos por si hay botellón o concierto. Y lo más fascinante, con nuestro beneplácito como padres, dispuestos a atarnos a un árbol para reivindicar que los dejen salir de la isla, aunque sean positivos por Covid o no hayan guardado la preceptiva cuarentena. Porque en el sentir de una madre «no podía dejar que el chico se aburriera en casa, ni posteriormente en el hotel del confinamiento» (sic).
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No, no todos los jóvenes son iguales, afortunadamente. El año ha sido duro y muchos merecen unas vacaciones o varias. Pero a estas alturas todos sabemos cómo debemos comportarnos y ellos también, incluso el que solo haya aprobado el recreo. Y los padres, como algunos ministros, hacérnoslo mirar. Las vacaciones son un derecho del que trabaja, aunque su trabajo sea estudiar. Y la cuarentena es obligatoria para todos los contactos estrechos de positivos, seamos más o menos responsables de ese contagio, nos aburramos en el confinamiento o no.
Costó mucho conseguir determinados derechos, pero qué fácil es estirarlos hasta convertirlos en una caricatura de sí mismos. Por supuesto, no todos actúan del mismo modo. Ni los chicos, ni los políticos, aunque buena pareja hacen algunos de los creativos ministros, con los chicos de la molicie del siglo XXI. Garzón y Castells no pertenecen a la Generación Z, pero tal para cual.
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