Sostiene el Gobierno que las crisis de la pandemia y la guerra de Ucrania se han afrontado mejor que la crisis financiera de hace quince ... años gracias a sus actuaciones: esta vez, «nadie quedará atrás», mientras entonces, con un Gobierno conservador, todo fueron recortes y «políticas neoliberales». La afirmación es engañosa porque pasa por alto dos circunstancias decisivas: la situación de partida de nuestra economía, esta vez mucho más sólida, y el cambio radical en la estrategia de la Unión Europea.
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La crisis de 2008 se debió, sobre todo, a una política económica desafortunada, que dejó que la fiesta siguiera y siguiera hasta que la borrachera fue descomunal: una burbuja inmobiliaria sin precedentes, un endeudamiento exterior disparatado, numerosas cajas de ahorros insolventes y una competitividad menguante. Cierto que el detonante fue la crisis de EE UU, pero habríamos descarrilado igual. Era cuestión de tiempo.
Además, los países más fuertes de la Unión Europea, con Alemania a la cabeza, exigían políticas austeras y no confiaban en que nosotros, y otros países en dificultades, las hiciéramos por voluntad propia. Así que exigieron reformas estructurales impopulares y ajustes contundentes del déficit público. Solo bajo esas condiciones nos prestarían lo necesario para evitar la quiebra, de modo que llegaron los recortes.
La crisis de 2008 se debió a una política económica desafortunada, que dejó que la fiesta siguiera y siguiera
Si entonces España hubiera intentado una política muy diferente habría sido el remate. Que pregunten a los griegos, que amagaron con hacerlo. Y se puede discutir, cómo no, el tipo de ajuste que se emprendió, pero sin olvidar que el Gobierno progresista de entonces, que alimentó la burbuja durante años, no tuvo capacidad ni voluntad para abordar la crisis y optó por convocar elecciones anticipadas.
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Con la pandemia y el aumento del coste de la vida ha sido diferente por dos razones. Por un lado, nuestra posición de partida era mucho más equilibrada, esta vez nadie podía acusar a España de haber aplicado políticas económicas irresponsables. Por otro lado, la nefasta experiencia de la crisis anterior, que llevó al euro al borde del precipicio, ha conducido a Europa a cambiar de estrategia. Esta vez Europa ha actuado con determinación y aflojado corsés, para que los gobiernos nacionales pudieran paliar las dificultades.
En ese contexto España, y el resto de la Unión Europea, más allá de colores políticos, ha actuado con mucha más eficacia que en 2008. La pregunta es si el Gobierno ha aprovechado esa situación. Y aquí hay luces y sombras, aunque el balance, a mi juicio, es positivo.
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En el lado menos brillante está en el volumen de las ayudas. Siendo importante, ha sido menor que la media europea, tanto en la pandemia como en 2022, cuando empezó a subir el coste de la vida. Además, de los cerca de 40 mil millones empleados hasta ahora, más de la mitad se han distribuido de manera indiscriminada, como la subvención a las gasolinas o las rebajas de impuestos indirectos.
En todo caso, se trata de un avance, sobre todo si, como parece, las medidas dirigidas a los colectivos vulnerables ganan peso en 2023. España está tradicionalmente en el furgón de cola de las economías avanzadas en cuanto a políticas de apoyo a las familias, tanto por su volumen como, lo que es aún peor, por cómo se distribuyen: el 20% de las familias con mayores ingresos recibe del Estado casi el triple de recursos que el 20% de las familias con menores ingresos, según datos de la OCDE anteriores a la pandemia.
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En el lado más luminoso, tenemos dos iniciativas importantes con carácter más estructural dirigidas a reforzar la cohesión social. La primera, la subida del salario mínimo en un 36% entre 2019 y 2022. España era uno de los países europeos en los que el salario mínimo era menor en relación al salario medio. Ahora es el 50% y, con el aumento anunciado para este año, se acercará al objetivo del 60%, en línea con Alemania, Reino Unido o Francia. Cerrado ese gap, el énfasis debe ponerse más en la formación y la productividad, para evitar consecuencias negativas sobre el empleo.
La segunda iniciativa ha sido el impulso de los contratos fijos discontinuos para empleos estacionales como el turismo, hasta ahora cubiertos con contratos temporales. La medida ha generado polémica porque estos trabajadores no computan como parados en sus meses de inactividad y eso exagera la mejora del desempleo. Más allá de este absurdo debate –basta una operación aritmética para corregir el efecto–, lo importante es que este contrato da más estabilidad y derechos laborales a estos trabajadores, y anima a las empresas a invertir en su formación.
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Así que más allá de eslóganes fáciles, es verdad que las dificultades económicas creadas por la pandemia y la guerra de Ucrania se están gestionado mucho mejor que la crisis financiera. Como lo es que se han combinado circunstancias y acciones de diferentes actores para que las cosas, esta vez, hayan ido mejor. Los avances raramente se conjugan en primera persona del singular y en esta ocasión, como suele pasar, el mérito está muy repartido.
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