Memoria con moderación

Se le atribuye a Gustave Flaubert la siguiente frase: «El futuro nos tortura, el pasado nos encadena. He aquí por qué se nos escapa el ... presente».

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Viene esto a cuento de la vigente polémica sobre la memoria histórica y la ley que va a regularla. Como siempre, las dos Españas vuelven a enfrentarse en su contemplación de esta problemática. Para los conservadores supone una inconveniente y extemporánea vuelta atrás, con la carga de odio mutuo que la cuestión suscitó en su tiempo y que quiere mantenerse. Para los progresistas es absolutamente necesario compensar, al menos legislativamente, las penalidades sufridas por muchos españoles durante y tras la Guerra Civil.

Es preciso admitir que, pese al enfoque de la realidad que se lleve a cabo, los hechos son irrefutables, pasaron como pasaron y maquillarlos interesadamente no conduce sino a la confusión y la disputa. Los irredentos de uno y otro bando deberían reflexionar desapasionadamente sobre este fenómeno.

Debe repararse en que los pleitos entre hermanos son los más 'encarnizados' de los que se plantean ante los Tribunales, pues si la sangre condiciona, la misma sangre enardece las conductas.

Qué decir de una contienda militar, y también social, entre hermanos, que es lo que supuso aquella Guerra. En ella se exacerbaron las posiciones y en el caldo de cultivo de un pueblo mayoritariamente analfabeto, rural y paupérrimo se dislocaron las diferencias. El fracaso de la República, pese a las espléndidas aspiraciones de sus primeros regidores y pese a su muy loable Constitución, generó un clima insoportable y la revolución que España tenía pendiente desde varias centurias atrás irrumpió abruptamente. A la secular e injusta detentación de las tierras, al caciquismo tradicional y a la exorbitante presencia en la vida de los ciudadanos de la Iglesia Católica se unieron factores como el auge coetáneo de las nuevas ideologías, comunismo y fascismo, ambas implantadas en este extremo de Europa en aquellos años. Finalmente brotó la constante hispana de las asonadas militares. Ni las personas sensatas de ambos lados lograron desembridar el caballo ya desbocado.

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Hasta aquí puede considerarse normal todo, dentro de la brutalidad de esa normalidad. Pero lo verdaderamente lamentable vino después. Se ha dicho que las guerras las pierden todos los que las sostienen, pero en España las pierden solo los vencidos, pues los vencedores suelen 'montarse' en su victoria para seguir avasallando, aun ya en tiempos de paz, a los que fueron contrarios. En otros países el perdón y la concordia afloran con el silencio de las armas. Aquí no, así somos. Basta un breve bosquejo histórico para alcanzar inferencia sobre esto. Y es que a quienes ganan se les tiene por los buenos y a quienes pierden por los malos.

Conocidas son igualmente las auténticas ferocidades que en ambas partes del país se cometieron durante la preguerra, en su transcurso y posteriormente, sobre todo las muertes y las torturas inflingidas por unos españoles a los de la otra ideología, o simplemente de la otra zona. Pero la Guerra terminó en 1939. Entonces, como decía un conocido novelista, estalló la paz. Sin embargo, los vencedores quisieron y consiguieron dilatar 'sine die' los frutos de su éxito y eso se hizo a costa de los otros y durante casi cuarenta años. La única legitimación del 'régimen' era que lo presidía un caudillo, como en la noche de los tiempos. Pero es que ese caudillo mandaba 'por la gracia de Dios'. Nadie sabe cuándo se le apareció Dios a Franco y le confirió esa gracia tan especial, que afectaba a millones de ciudadanos de una nación europea.

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Por eso, mientras el viejo continente superaba aquellas ideologías (comunismo y fascismo) y se democratizaba, en España tuvimos una dictadura militar y policiaca de muy grueso tenor. Por supuesto que se progresó en esas décadas, pero el problema está en la legitimación de quienes propiciaron esos avances económicos y hasta sociales.

Mas a partir del año 1975 España transitó a un sistema democrático de corte europea y se dio una Constitución envidiablemente democrática. Y resulta triste que ya en el siglo XXI vuelvan los enfrentamientos que tuvieron nuestros abuelos en esa turbia página de nuestra Historia.

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Es necesario, no ya aclarar y respetar, sino incluso alhajar y ennoblecer, la memoria de quienes dejaron su vida hace tantos años, pero otorgándole a la cuestión el tratamiento tolerante que sustentó aquella transición. Con machacar al verdugo no se engrandece a la víctima y, además, esa tendencia puede provocar nuevos atropellos.

En la senectud todas las mentiras se justifican en la desmemoria. No mintamos quienes vivimos esos años y procuremos dar a cada uno lo suyo y a los muertos su noble memoria, pero sin auspiciar con ese trato la posibilidad de una nueva carnicería entre hermanos, entre los españoles. Solo reclamo moderación para evitar que el futuro nos torture, pido que no se nos escape el presente.

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